Hubo quienes afirmaron que Revolution estaba condenada a muerte por culpa de la decisión de la NBC de mantenerla fuera de emisión durante cuatro meses, el tiempo que tardaría The Voice en regresar con una nueva edición. Cuatro meses, decían, era mucho tiempo para una serie no asentada del todo. Pero también es verdad que, sin el cojín de Adam Levine, puede que sus audiencias se hubieran desparramado.
Matthew Perry seguramente estaría de acuerdo con esta segunda teoría. Go On se alimentaba del reality musical los martes, ya fuera en la fase de cástings o como gala de resultados, y cuando perdieron ese cobijo su serie cayó a unos mínimos patéticos. Demostró que no era la comedia de éxito que quería vender la cadena para salvar los muebles. Por esta posibilidad, entonces, prefirieron proteger Revolution. Lo importante, más allá de los meses que estuviera en antena, es que la gente la siguiera viendo y esa era la única táctica que lo garantizaba. De aquí, también, que acortaran el pedido de la temporada en dos episodios, para no tener ningún episodio emitido en solitario.
Por esto, cada vez que oigo hablar de la serie lanzada por J.J.Abrams bajo los calificativos de serie revelación o como un triunfo para el canal, me lo tomo con mucha precaución. Una serie revelación en términos de audiencia es aquella que encuentra un público significativo y fiel, no aquella que depende totalmente del programa que se emita antes. Scandal sería el ejemplo de este año: sus cifras iban aumentando mientras que las de su cojín, Anatomía de Grey, bajaban semana a semana, una llegando a máximos y otra a mínimos. Go On, en cambio, vio como su número de espectadores descendía hasta un 70% cuando las sillas rojas dejaron de girarse.
Diez episodios, además, no eran tan pocos episodios. The Walking Dead, que sí es un fenómeno, divide sus temporadas en tandas de siete u ocho episodios y el público las sigue. Pero como tampoco podré probar que Revolution no se aguanta por sí sola (exacto, el truco de NBC para poder seguir asegurando que es el éxito del año), sí puedo opinar de su contenido. Y, por bombo promocional que se le dé, no es el drama de ciencia ficción que esperaba nadie, ni la crítica, ni el público. Tiene a Eric Kripke y a J.J. Abrams y nadie lo diría.
Puede que al principio esperáramos una serie sobre la humanidad viviendo sin electricidad. Pero quiso ser otra cosa y, como tal, es peor de lo que podría ser. Es una ficción que finge ser un drama adulto y rebaja el listón al telefilm de Disney. Un drama de trama y con cliffhangers cuyos giros se huelen a la legua y cuya resolución no afecta demasiado porque sus personajes poco interesantes. Ni tan siquiera Miles Matheson, de pasado tridimensional, llena sus escenas.
Una prueba de ello es el episodio de regreso. Retomaba la historia donde la dejaron, en un plano demasiado obvio y luminoso (¿se puede saber porqué no recrean una atmósfera más atractiva?, y viraron hacia un lugar algo inesperado. Revolution debió dar un paso adelante como obra dramática y no lo hizo. Misión fallida. Y yo, por mi parte, creo que ya le he dado demasiadas oportunidades. Sayonara, baby, o hasta que haya otro giro de guión, parezca que esto puede ir a alguna parte y la curiosidad teléfila me obligue a verla.
1 comentario:
Trate de ver la reentre de la semana pasada, más que nada por que el mal sabor de boca que me está dejando esta serie se me había casi olvidado.
No pude pasar del "previusly".
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