Sexo en Nueva York y The Carrie Diaries son dos series dentro del mismo universo, el creado por Candace Bushnell, pero poco han tenido que ver. La primera era transgresora, una comedia conceptual y sorprendentemente explícita, y la otra un drama ligero de adolescentes que recordaba a una serie tan noventera como Sensación de Vivir. Cuando el género teen todavía no se había pasado de rosca y los jóvenes parecían inocentes corderitos abriendo los ojos a un nuevo mundo.
Como el anzuelo para ver la precuela de Carrie Bradshaw era la nostalgia (siempre una mala idea en televisión, por otra parte), costaba creer que el punto de vista de la ficción sería tan ingenuo. Pero la enfocaron como un culebrón ligero. Carrie podía ser muy dramática de mayor pero no era problemática, y decidieron poner su voz en off para contarnos su visión sobre cómo alcanzar los sueños, hacerse mayor e iniciarse en el sexo. Ahora, viéndola con retrospectiva, resulta evidente que jamás podría haber tenido éxito.
No es una cuestión de que las precuelas sean complicadas de vender (que lo son) o de que, en realidad, no es una serie para admiradores de Carrie, sus amigas y Manolo Blahnik (que no lo es). Su problema es que tanta ingenuidad no tiene cabida en la televisión contemporánea. No se puede hacer una serie tan poco enrevesada, tan blanca, tan inocente y con tan poco presupuesto, y salir indemne.
Esto sólo sería posible si, por lo menos, The Carrie Diaries buscase ser un happy place, un lugar feliz donde acomodarse sus espectadores y no hubiera querido atraer al público que echa de menos a la columnista. Pero no, tenía esquema de drama y no suscitó suficiente interés entre el público. De aquí que nadie creyese que pudiera renovar hasta que la CW demostró lo contrario (lo que hace la crisis de las networks).
Tanta ingenuidad, sin embargo, tiene su gracia. Hace que sea una serie tan simpática como intrascendente, a pesar de todos los pesares que podía tener. Como que, por ejemplo, los personajes vistan como modernos de hoy en día (y no como los chicos de los ochenta que son); que tengan un reparto muy limitado y dos personajes absolutamente irritantes, la hermana rebelde y la amiga asiática; y que el timing dramático nunca tenga ningún sentido.
Jamás he visto una serie que dominase tan poco el ritmo, alargando innecesariamente casi todos los planos mientras vemos las reacciones de los personajes, metiendo la música con calzador y con semejante fotografía de daytime. Otra cosa no, pero The Carrie Diaries seguro que es baratísima. Y una baratija. Pero vista desde la perspectiva de un adulto, es tan amable y ligera y de segunda que hasta resulta entrañable. Tan entrañable como intrascendente.
Por esto, cuando he leído que tendrá una segunda temporada, me he alegrado. De haber sido al revés, tampoco se me hubieran humedecido los ojos. Por otra temporada de inocencia tiene su qué y todavía no quiero perder de vista a Donna LaDonna. Si el año que viene optan por cancelarla, a ver si le dan un spin-off. ¿Os imagináis viéndola enfrentarse a Sadie de Awkward? Oh, sí, por favor.
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