Quien no quiera leer una crítica de la segunda temporada de Mad Men será porque aún no ha visto la primera. Y teniendo en cuenta que acaba de salir la primera a la venta, con una deliciosa presentación, ¿cuál es tu excusa?
Hay un momento en la vida de toda persona en el que toca mirar atrás y hacer cuentas con el pasado y, si la balanza no se inclina como es debido, quizá es hora de ponerle remedio antes de que sea demasiado tarde. Bill Murray lo hizo en la soporífera Flores Rotas de Jim Jarmusch en busca de un hijo del que no sabía que era el padre, por ejemplo. Y ahora quien ha tenido que solucionar su situación presente lidiando con su pasado ha sido Don Draper en el último tramo de la segunda temporada de Mad Men. Un par o tres de episodios singulares para descubrir su propia esencia; lejos de las oficinas de la avenida Madison y rozando la oligofrenia con el pasaje libertino. Por fortuna, tan irregular camino no ha desmerecido de forma muy significativa este segundo curso de la empresa de publicidad Sterling & Cooper, que una vez pasada la efímera novedad se ha consolidado en su tono y temática.
Cómo destacaba en el comentario del pasado jueves, donde se recomendaba encarecidamente esta serie, en Mad Men parece no suceder nunca nada. Es cierto. De hecho, al principio de esta última temporada esta sensación se hace más evidente: ya no hay el planteamiento de la anterior, donde la ambientación podía disimular esta circunstancia. Pero, en realidad, esta concepción no puede estar más lejos de la realidad. Cada día se enfrentan a separaciones, divorcios, desarmarizaciones, violaciones y mil demonios. Lo único que evita que el espectador se dé cuenta de la magnitud de tales cambios es la parsimonía con la que se retratan. Esto es, tomándose algunas licencias, un retrato costumbrista. Un pedacito de vidas sesenteras.
El proceso de liberación de las mujeres, asimismo, ha sido meteórico y, mientras en la anterior temporada Peggy se alzaba como el sujeto al que seguir con lupa, ahora lo ha sido Betty Draper. Guapa, encantadora, inocente y enigmática, roba cuantos planos puede. La interpretación de January Jones, además, de tan encartonada es difícil de saber si es propia de una gran actriz o si es la consecuencia de su torpeza. Yo me inclino por la grandeza: será interesante ver el progreso de la artista una vez abandone este serial, puesto que ahora mismo ninguna otra actriz televisiva puede rivalizar con ella en términos de belleza.
De difícil calado también acaba siendo Jon Hamm, idolatrado por su Don Draper. Cada una de sus caladas rebosa maestría y su presencia es propia de los galanes clásicos: la clase de Cary Grant, la virilidad de Marlon Brando y tan buen fumador como Humphrey Bogart. No obstante, más allá de su saber estar y humareda, cuesta discernir el alcance de su talento. ¿O será que cada vez es más difícil tener aprecio al egoísta de Draper?
Igualmente, y a pesar del incómodo Dick Whitman, la serie sigue ofreciendo majestuosidad en sus imágenes, una cuidada escenografía, una impecable ambientación y, lo que es más importante, unos completísimos personajes. Por todas partes se publicó, al conocerse sus nominaciones a los Emmy (y su posterior galardón al mejor drama), que era la nueva Los Soprano, pero estaban muy equivocados. Mad Men tiene una entidad tan fuerte en su esencia que pasará a ser un referente por si sola.
Hay un momento en la vida de toda persona en el que toca mirar atrás y hacer cuentas con el pasado y, si la balanza no se inclina como es debido, quizá es hora de ponerle remedio antes de que sea demasiado tarde. Bill Murray lo hizo en la soporífera Flores Rotas de Jim Jarmusch en busca de un hijo del que no sabía que era el padre, por ejemplo. Y ahora quien ha tenido que solucionar su situación presente lidiando con su pasado ha sido Don Draper en el último tramo de la segunda temporada de Mad Men. Un par o tres de episodios singulares para descubrir su propia esencia; lejos de las oficinas de la avenida Madison y rozando la oligofrenia con el pasaje libertino. Por fortuna, tan irregular camino no ha desmerecido de forma muy significativa este segundo curso de la empresa de publicidad Sterling & Cooper, que una vez pasada la efímera novedad se ha consolidado en su tono y temática.
Cómo destacaba en el comentario del pasado jueves, donde se recomendaba encarecidamente esta serie, en Mad Men parece no suceder nunca nada. Es cierto. De hecho, al principio de esta última temporada esta sensación se hace más evidente: ya no hay el planteamiento de la anterior, donde la ambientación podía disimular esta circunstancia. Pero, en realidad, esta concepción no puede estar más lejos de la realidad. Cada día se enfrentan a separaciones, divorcios, desarmarizaciones, violaciones y mil demonios. Lo único que evita que el espectador se dé cuenta de la magnitud de tales cambios es la parsimonía con la que se retratan. Esto es, tomándose algunas licencias, un retrato costumbrista. Un pedacito de vidas sesenteras.
El proceso de liberación de las mujeres, asimismo, ha sido meteórico y, mientras en la anterior temporada Peggy se alzaba como el sujeto al que seguir con lupa, ahora lo ha sido Betty Draper. Guapa, encantadora, inocente y enigmática, roba cuantos planos puede. La interpretación de January Jones, además, de tan encartonada es difícil de saber si es propia de una gran actriz o si es la consecuencia de su torpeza. Yo me inclino por la grandeza: será interesante ver el progreso de la artista una vez abandone este serial, puesto que ahora mismo ninguna otra actriz televisiva puede rivalizar con ella en términos de belleza.
De difícil calado también acaba siendo Jon Hamm, idolatrado por su Don Draper. Cada una de sus caladas rebosa maestría y su presencia es propia de los galanes clásicos: la clase de Cary Grant, la virilidad de Marlon Brando y tan buen fumador como Humphrey Bogart. No obstante, más allá de su saber estar y humareda, cuesta discernir el alcance de su talento. ¿O será que cada vez es más difícil tener aprecio al egoísta de Draper?
Igualmente, y a pesar del incómodo Dick Whitman, la serie sigue ofreciendo majestuosidad en sus imágenes, una cuidada escenografía, una impecable ambientación y, lo que es más importante, unos completísimos personajes. Por todas partes se publicó, al conocerse sus nominaciones a los Emmy (y su posterior galardón al mejor drama), que era la nueva Los Soprano, pero estaban muy equivocados. Mad Men tiene una entidad tan fuerte en su esencia que pasará a ser un referente por si sola.
9 comentarios:
Haber si pasa esta temporada de trabajo agotador(casi forzado) y me pongo con Mad Men, q tiene bastante buena pinta
Tienes toda la razón... no tengo excusa.
Mad Men es una de esas series que dan muchísima pereza. Uno sabe que va a estar muy bien y que se ha llevado muchos premios, pero aún así...
Sí, sé que cuesta. Yo en realidad la empecé a ver justo antes del verano. Pero vale la pena (si estais dispuestos a ver una serie del estilo HBO sin ser HBO).
ALX lo ha clavado. A mí me pasa sobre todo con las series de la HBO. Sé que son buenas, pero, uff, qué pereza da empecer a verlas (afortunadamente Mad Men no es de la HBO, pero...).
Algún día veré Mad Men, tiempo al tiempo. Quizás ahora que está en DVD me animo y me la compro, que así tengo una buena excusa para empezarla (siempre que el precio no sea excesivo, claro).
Mi excusa...seguramente sea la pereza y que ya sabes como es esto, la vas dejando a un lado y de tanto leer cosas buenas sobre ella, terminas poniendote a verla y te termina encantando. La misma historia de siempre.
terminé recientemente la primera temporada y me encantó, define: No pasa nada, es una frase que repites cuando hablas de esta serie
No conocía ésta serie, me bajaré los dos ó tres primeros a ver que tal.
Esta temporada fue maravillosa y sin duda catapultó a Mad Men como una de las favoritas del público. En lo personal la disfruté mucho y la sigo disfrutando.
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