Esta entrada es un comentario sobre el final de Friday Night Lights, así que aléjate si no has visto semejante genialidad.
Que una chica de 18 se comprometa con su chico, aunque sea el de toda la vida, podría ser muchas cosas: inconsciente, un error garrafal y el primer paso hacia la infelicidad. Se podría pensar que Julie Taylor aún es una chica, no la mujer que algún día sí será, y que Matt Saracen, viviendo a distancia, también es demasiado joven para marcar las guías de su vida. Pero no fue el caso. Quizá fue un error, como también podría serlo tras un “sí” en la treintena, ya que toda decisión comporta unos riesgos, pero si algo no fue la decisión fue inconsciente.
Eso lo sabemos, básicamente, porque conocemos a Julie Taylor desde que era la novata hija del entrenador del colegio de Dillon a la que Saracen echó el ojo en la cafetería, hasta que se fue a la universidad, donde se dejó fascinar por uno de los tutores de la facultad. Ella ha sido la única adolescente a la que hemos seguido con pelos y señales en estos cinco tortuosos años y la hemos visto crecer y sobre todo madurar. Primero quiso aprender lo que significaba estar con otro chico, cuando se fue con el vigilante de la piscina; después cayó en las redes de un tutor de la facultad porque buscaba protección en un entorno desconocido; por suerte, tras su visita a Chicago, se dio cuenta que ningún hombre le podía ofrecer lo que Matt sí podía (y quería porque la veneraba). También aprendió que no hace falta explorar el mundo entero para saber que aquello que estaba a su disposición era lo mejor. Por eso el “sí” tuvo toda la lógica del mundo. ¿Para qué esperar cinco años cuando ellos saben que están hechos el uno para el otro?
Este compromiso, que sirvió de vehículo para que los Taylor decidieran mudarse a Philadelphia (el discurso en el restaurante fue claramente el punto de inflexión), también fue un regalo de los creadores de Friday Night Lights para despedir la serie. Sabíamos que los Lions ganarían el campeonato estatal, que Riggins se quedaría en Dillon (este chico jamás saldrá del estado de Texas), que Tyra seguiría con su vida (en un punto y seguido con Tim, jamás un final), que Vince viviría el american dream que una vez ya protagonizó Smash y que los Taylor se mudarían. Sólo faltaba que nos lo mostraran, con alguna revelación de por medio (¿Luke se va a la guerra?). Y el anillo de la abuela de Matt era una bonita forma de cerrar una historia (para construir otra juntos) y también de demostrar, una vez más, que los personajes de FNL tienen vida propia, lo que permite que la serie haya podido superar cualquier bache. No hay golpes de efecto para dar vuelcos a la situación (bueno, hubo uno, Landry casi termina en prisión y la serie casi pierde su credibilidad) sino una progresión y un sentido de comunidad que, si bien existe en otras obras, no en la dimensión contemplada aquí.
Precioso fue el plano final, con ese plano de los focos apagándose en un campo de fútbol de Philadelphia; el “clear eyes, full hearts” que suelta el entrenador a sus nuevos jugadores y que ellos no siguen mientras yo desde el sofá decía “can’t lose” en voz alta; Tyra y Riggins tomando una cerveza en el crepúsculo mientras él hace una declaración de intenciones sobre el resto de su vida; el llanto de Becky de “sufridora esposa” cuando su chico se va al ejército y el de Mindy cuando Becky volvió con su madre; la abuela de Saracen (o la nuestra) dando un beso a Julie; la firma del ausente Jason Street en el vestuario de los Panthers; bueno, y casi cualquier otra imagen que pasara por el episodio, incluyendo ese histórico partido donde ni hacía falta la tensión porque éramos demasiado conscientes que no era lo que importaba (aunque sí, porque por más que quizá yo también pecara con decir que “el fútbol es una excusa” tampoco lo era).
Y como el cierre no fue final, porque la vida de todos ellos sigue, cada vez que los echemos un poco de menos podremos imaginar sus vidas más allá de la mudanza de los Taylor. Cómo Tami cambió la filosofía de admisiones de su facultad mientras el coach toca con su mano divina a toda una nueva generación de ovejas descarriadas; y cómo Riggins espera en el porche, con una cerveza en la mano, a que Tyra regrese con unos cuantos sueños cumplidos, por poner algún otro ejemplo. Y qué suerte la nuestra por haber disfrutado con ellos y haber experimentado lo que significa ser de Texas a pesar de las adversidades, que sólo de pensar que esta serie podría haber desaparecido tras su primera temporada y también la segunda me doy cuenta de lo afortunados que somos. A veces en televisión existen los milagros, aunque sean pocos, y Friday Night Lights es uno de ellos.
5 comentarios:
Solo me pena esa segunda temporada de experimentos fallidos que estropeó un poco el conjunto final, pero aun con ella ha sido una serie excepcional.
Un spin off con Landry a lo Dexter habría sido la monda :P
Efectivamente, que pudiéramos ver cinco temporadas de FNL fue un poco un milagro, y menos mal que aún hay alguno de vez en cuando.
Buena entrada Pere. Si tuviera que destacar un momento del capítulo final,sería la escena de la abuela de Matt, esa mujer me ha gustado siempre. No se puede ser más entrañable.
Satrian, no estropeó el conjunto final. Piensa que Mad Men tuvo una tercera temporada infumable hasta la traca final y aquí nadie comenta nada ;)
MacGuffin, este verano ocurre el segundo milagro de DirecTV: se emitirá la cuarta temporada de Damages. Qué lástima que ya avanzaran que no volverían a salvar ninguna serie...
Yorch, al principio la abuela se me hacía pesada, pero como todo ser de Dillon acabas cogiéndole el tranquillo. Bueno, menos a los McCoy, que esos ya arderán en el infierno.
Buf brother! com la trobaré a faltar... Hi ha sèries que entretenen, d'altres que et fan riure, que avorreixen, de molt tipus... però aquesta senzillament la vius. Brillant!
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