Una de las sorpresas del año pasado fue Once Upon a Time. Se esperaba de ella que durara cuatro telediarios porque nadie creía que el gran público pudiera soportar una serie algo casposa, con unos cromas muy obvios y un vestuario un poco drag-queen, pero se convirtió en la serie que había que seguir (junto con la otra revelación que fue Revenge). Logró que incluso aquellos poco propensos a dar una oportunidad a un drama familiar se interesaran por un uso de la narrativa algo lostiano y la nostalgia que despiertan los cuentos y también el mundo Disney que utiliza sin disimulo. Ahora, sin embargo, Blancanieves, el Príncipe Encantador y Emma han dejado de ser los novatos inexpertos después de volver con una segunda temporada de estreno tan acelerado como directo. He aquí varias impresiones (así que puedes dejar de leer si no quieres saber nada del episodio):
El concepto planteamiento, nudo y desenlace funciona muy bien en los relatos y, aunque en televisión cueste aplicarlo a las temporadas, bien podría habérsele aplicado a la presentación del segundo tomo de las aventuras de Emma Swan. El humo morado que devolvió los recuerdos a todos los seres de Storybrooke, que de repente fueron conscientes de pertenecer al universo de los cuentos, era un giro que necesitaba ser tratado. Pero la decisión de retomar la trama en el mismo punto donde la dejaron, fue algo anticlimático. Hubiera agradecido una pequeña elipsis y que pareciera un inicio de una nueva entrega, situándonos y asentando mejor a los personajes en su nueva situación. Había material para hacerlo. En cambio, Edward Kitsis y Adam Horowitz prefirieron acabar con un cliffhanger al por mayor (en lugar de resolver alguna de esas tramas en la season finale y partir de cero en la segunda temporada, con la premisa ya anunciada y que hubiera dado iguales o mejores resultados) y perdieron la ocasión de darle una forma más literaria a Once Upon a Time, lo cual hubiera sido más meta y más acertado (en mi opinión, siempre).
En todo cuento debe haber algún personaje que sea todo malicia y alguno que sea la bondad absoluta. La ventaja de estos relatos, no obstante, es que el karma suele pillar al villano y le da su merecido, ya sea porque el héroe no tiene otra opción que acabar con él o porque alguna circunstancia acaba con él. Pero, como en Once todavía no pueden acabar con la bruja de Regina, resultó bastante estúpido ver cómo Emma Swan y Snow White defendían el derecho a la vida de la alcaldesa. Cualquier persona en su sano juicio sabe que tiene demasiado poder y que ninguna celda podrá con sus ansias de venganza, y que por lo tanto merece ser colgada en la horca, quemada en una hoguera y que esparzan las cenizas por todos los continentes, por si acaso. Por primera vez desde que empezó la serie, David demostró tener razón en algo y, que lo pintaran como algo oscuro por su decisión de dejarla morir, demuestra hasta qué punto esta serie es inocente. Otra cosa es que entienda que en este relato deben existir personajes como Emma y Snow, pero justo por esta razón hubiera ido bien una pequeña elipsis. Después del humo, obviamente, todo personaje de cuento hubiera despellejado a Regina de encontrársela por la calle minutos después.
Y el otro desacierto que me llamó la atención fue que, después de una presentación de Mulan muy entretenida, nos contaran de antemano qué había pasado con el mundo de los cuentos para que no pudiéramos sorprendernos. Una concesión a los pequeños del hogar para que comprendieran automáticamente qué estaba ocurriendo y dónde habían ido a parar madre e hija. Otra cosa es que podrían habérsela ahorrado y haber satisfecho a los espectadores adultos (y contarlo en el siguiente episodio). Al fin y al cabo, no pudo haber más tramas abiertas en un sólo episodio. Que justo nos den explicaciones para lo único que no necesitábamos es bastante irónico, que diría Alanis Morissette.
No hay comentarios:
Publicar un comentario