Utopia ha sido “la serie que había que ver”. Tuvo un primer episodio demasiado atractivo para dejar escapar los cinco restantes, que tenían la misión de desentrañarnos qué era Utopia y quién daba ordenes a dos psicópatas rebosados de sadismo. Y que su primera temporada tuviera solamente seis episodios permitió que ni pudiéramos bajarnos del carro. Eran demasiado pocos, era demasiado fácil. Sobre todo porque había quienes creían (bueno, creíamos) que la historia acabaría aquí, en el sexto episodio emitido la semana pasada. Pero, según pudimos comprobar, esa no era la intención de Dennis Kelly.
Puede que podamos sentirnos satisfechos con el desenlace (porque aporta información y revelaciones significativas) pero los personajes se quedaron en un punto muy incierto y bien que su responsable se encargó de dejarnos entrever que estaban a medio viaje. Sin embargo, personalmente puede que no vaya a ver una hipotética segunda temporada (todavía no está confirmada ni desmentida) porque la aventura estética y de violencia de Utopia creo que ya la he vivido. Me atrajo el intenso colorido, unos mercenarios a quienes se les daba de maravilla matar a niños y una dirección muy ambiciosa, donde todos los planos estaban bien pensados. No me interesa a largo plazo.
En el podcast Yo Disparé a J.R. le paramos bastante atención, analizando todos los episodios, y mi companion Marina Such argumentó que era una serie de trama y que, si decidía alargarse, entonces debería transformarse ni que fuera parcialmente en una serie de personajes. Si quieren que nos impliquemos en la vida de cuatro personas perseguidas por una organización criminal, es indispensable que nos preocupe su bienestar y su equilibrio emocional. Y, si bien Grant, Becky, Wilson Wilson y Michael tenían unas cuantas aristas, Utopia en general ha estado más centrada en intrigar con la trama y lo visualmente artístico que en escribir para estos personajes.
Esto se hizo evidente en el tramo intermedio de la temporada, cuando hubo un par de episodios de transición donde los supervivientes se quedaron anclados en un lugar sin saber muy bien cómo abordar la amenaza, si simplemente defenderse o pasar a la ofensiva. Allí el interés cayó en picado y sólo se salió del bache al ponerse otra vez en marcha y enfrentándose a amenazas, con enigmas resueltos de por medio y algún giro inesperado.
Utopia, no obstante, igualmente es una obra altamente recomendable. Puede que su afán por mostrar violencia al final no tuviera ninguna lectura, pero la conspiranoia fue muy consciente en todo momento y su filosofía estética y sádica era novedosa y refrescante en televisión. La tortura oftalmóloga, la obsesión con mostrarnos asesinatos de niños, el retrato de Grant y la diversión que se percibía al tratar los descabellados planes de la organización hicieron que fuera altamente disfrutable en algunos tramos (especialmente el inicial) y que tenga que verse porque ofreció algo que no vemos muy a menudo (y muy bien hecho).
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