La industria de los formatos es fascinante. Pensar las bases de un programa y que al aplicar esa fórmula salga un programa entretenido es una maravilla. No sé si es un arte pero sí tiene mérito. Concursos como ‘Project Runway’ son una delicia de ver por los contenidos creativos y el ritmo de los episodios, al igual que ‘Survivor’ es un estudio sociológico en toda regla, si haces el cásting con pies y cabeza. Y estos días quienes me sigan en Twitter se habrán fijado que estoy ligeramente obsesionado con el formato de ‘X Factor’.
No es una novedad como ese experimento llamado ‘Utopia’ del que hablaba el domingo y que no ha funcionado especialmente en su estreno en Estados Unidos. Tampoco le han ayudado unas críticas que dejaron claro que había cero interés antropológico y mucho griterío y polémica barata. ‘X Factor’, como todos sabéis, es un concurso para cantantes. Busca cantantes de éxito y, en el caso del Reino Unido, los ofrece. No sólo están los casos de Leona Lewis y One Direction. Estos últimos años han salido casos tan interesantes como James Arthur, cuyo álbum estaba tan bien como tenía personalidad, y ahora espero con ansias el de Ella Henderson, que ya ha sacado dos singles muy prometedores.
Imaginar quienes serán aquellos que trasciendan en la industria no es un juego fácil. Rebecca Ferguson, por ejemplo, sacó un álbum con muchísima clase, tanta como su voz reconocible. El nivel en la actual edición de el Reino Unido, de momento, apunta maneras. Buenas voces y menos historias lacrimógenas que de costumbre. ¿Cuánto tiempo hacía que no veíamos un proceso de cásting tan optimista y buen-rollero, enfatizando a la gente con talento y exponiendo a los raritos con moderación?
El panel de jueces, además, está funcionando muy bien. A Simon Cowell se le han bajado los humos desde que su aventura americana fracasó (‘X Factor US’ tenía un nivel lamentable que daba dolor de cabeza y perdía todo el tiempo con gente con poco talento y personajes), Cheryl Cole es amor y Mel B es una mujer directa. Ni tan siquiera se echa de menos a Nicole Scherzinger, que fue el alma de las dos últimas ediciones (y que aparece en la edición australiana, donde ejerce de jueza invitada en un programa).
Pero lo más interesante es ver lo potente de un formato cuando se ven ediciones de otros países. En España no funcionó y en EE.UU. tampoco, pero es muy curioso ponerte un rato de la edición australiana y ver que también funciona. O descubrir que se puede adaptar perfectamente en Sudáfrica, que ahora ha comenzado su primera edición después de tantos años vendiéndose el programa por todo el mundo. La lengua utilizada es el inglés, lo que resulta chocante para un ignorante del país como yo, mientras que el presentador intercala e zulú de vez en cuando. El país tiene once lenguas oficiales y el inglés es la cuarta, pero es la más utilizada en los medios de comunicación y la segunda lengua más común.
Esto demuestra hasta qué punto un formato es firme, cuando puede correr por todas partes (lo mismo pasa con ‘The Voice’, ‘Loquesea’s Got Talent’, ‘Top Chef’ o ‘Survivor’). Pero en el caso de ‘X Factor’ también es la prueba televisiva de lo globalizado que está el mundo. La estructura, el montaje, las historias pueden repetirse en un lado y en otro porque hay historias que son universales (las historias de superación, los sueños), pero también sorprende ver que hay imitadoras de Rihanna y Beyoncé en Manchester, Chicago, Melbourne o Ciudad del Cabo.
No sé si es bueno o es malo, pero es una realidad que la televisión revela y en la que contribuye. Eso sí, a la hora de la verdad me quedo con la versión británica, que allí se huele el dinero invertido por el canal y la productora. ¡Qué gran montaje!
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