jueves, 5 de febrero de 2009

El nacimiento de una nación

Desde el Viejo Continente se los mira con resentimiento, de la misma forma que un noble en decadencia echaría un vistazo a un nuevo rico. Balas perdidas que arrojaron té en el puerto de Boston a finales del siglo XVIII. Gente sin un porvenir en las tierras de grandeza, de historia, de reyes, duques y revoluciones, que se fueron en busca de pan. Pero para los estadounidenses, los antepasados europeos no son más que la marca de nacimiento que intentan ocultar. Para ellos la creación de los Estados Unidos de América fue un nuevo mundo. Era una nueva nación y supuso un nuevo comienzo.

El pensamiento norteamericano brota de esta oportunidad que les brindó la historia. No tienen porqué avergonzarse de no tener raíces puesto que su falta de ataduras les permitió alzarse por encima del pecado europeo. Se apartaron, se aislaron al otro lado del Atlántico y se labraron una realidad industrial que mortificó a Inglaterra, Francia y Alemania. Y eligieron no relacionarse con estos carcamales de pasado turbio, lleno de rencor, disputas y venganzas. Europa era el pecado, mientras que ellos se erigieron en virtud y, asimismo, en el faro moral con el que iluminar a la humanidad.

Este pensamiento puede resultar chocante, tras observar atónitos desde la cansada Europa cómo se metían en conflictos sin lógica mediante durante las últimas décadas. Allí, sin embargo, toda intervención bélica tiene su razón de ser. Ellos son una primera potencia y, como apuntaría Fareed Zakaria, deben actuar como tales, adelantándose a los males y no esperando a la defensiva, cual vulgar Estado. Es más: sus maniobras no solamente se anclan en las necesidades de sus ciudadanos, en el bien común del territorio estelado, sino en la moral en si misma. No hay país que pueda hacerles sombra, de la misma forma que no se toman en serio ninguna organización de cariz internacional más que por los propios intereses. Nadie puede indicarles cuál es el camino a seguir. Son los elegidos de Dios. ¿Acaso queréis desviarlos?

Solamente podría haberse creado una serie como El Ala Oeste en un país que se tuviera en tan alta estima. Los arrebatos morales del Presidente Bartlett son la clara consecuencia de este pensamiento subyacente en los fundamentos de los Estados Unidos. Son idealistas en cuanto a que para ellos todo es posible, basándose en la firme convicción de la pureza de su nación. No obstante, por otra parte también muestra la pragmática vertiente realista que salpica toda iniciativa del Ejecutivo. Creen en un mundo mejor, a la vez que son conscientes de lo defectuoso de su alrededor, de la perversión que ha rasgado y herido al resto del planeta.


Por este motivo no se puede culpar a El Ala Oeste de su falta de autocrítica. No se puede criticar a los hombres del Presidente por ser tan éticamente correctos. No se puede reprochar a Aaron Sorkin haber creado una serie tan increíble, desde el punto de vista corrompido de la sociedad europea. Para ellos, esa Casa Blanca no es solamente ficción. Es probable, un ejemplo de lo que puede ocurrir en el país. Y representa, sin quererlo, la síntesis perfecta de lo que son los Estados Unidos para los propios estadounidenses.

5 comentarios:

Vanessa dijo...

Puedes estar orgulloso de tu entrada, sí señor. Te felicito.

Anónimo dijo...

Enhorabuena por el post, cómo resumir el sentir yanki en unas pocas líneas.

El Devorador dijo...

Es el mejor artículo que he leido sobre esta magnífica serie. La verdad es que es una reflexión equilibrada y muy acertada, según mi opinión. Bravo.

Un Saludo.

Anónimo dijo...

Olé, coincido con los comentarios anteriores. Gran gran artículo sobre una también gran serie :)

Adri dijo...

wow!
Entradaza como ya te han dicho :)

Yo acabo de empezar la primera temporada y he de decir que ADORO la serie a pesar de esas deficiencias, entendibles, que comentas.