Ser modelo en Nueva York no es guay

Angelina Jolie fue candidata al Oscar el año pasado por El Intercambio, pero los críticos no apostaron precisamente por ella con comentarios poco halagadores. Según varios de ellos, no acababa de encontrar el pulso a su personaje. En cambio, creo que el problema fue otro. Ser madre coraje, una de las mujeres más atractivas del planeta, pareja de Brad Pitt y embajadora mundial le pasó factura y añadió una barrera difícil de franquear para rasgar en la esencia del papel. Con tanta personalidad, la actriz se comió al personaje sin querer.

Salvando las distancias, a Mischa Barton le ha ocurrido algo parecido con The Beautiful Life, su nueva serie ambientada en el mundo de la moda y que produce Ashton Kutcher. El problema obviamente está en su estatus de jovencita descarriada del Hollywood que la llevó a ingresar en un psiquiátrico por el bien de su salud mental en julio.

Al actuar los actores tienen la posibilidad de sobreponerse a sus antiguos papeles, pero difícilmente podrán sobreponerse a sus propias vidas. El escándalo se comió a Mischa Barton y ahora, en esta serie, no hay quien se la crea. No hay ápices de un nuevo personaje, ni tan siquiera de la Marissa Cooper de O.C. Sólo queda el intento de una actriz por hacerse pasar por una modelo pasada de vueltas. Y ni así convence, pues fuerte es su personalidad y nulas sus dotes interpretativas.

The Beautiful Life podría sobrevivir claramente a un personaje que, sin ellos pedirlo, les aportó publicidad gratuita. Sin embargo, aparte de mostrar a gente más o menos guapa (que puedan parecer más o menos modelos), no tiene mucho de donde tirar. No estoy en contra de los estereotipos, de dilucidar en cinco segundos qué clase de persona es cada uno, pues lo importante es nutrirlos y darles tablas, y en dos episodios aún no he oído nada interesante por parte de ninguno de ellos. Está claro que hay la recién llegada, la víbora, la problemática, el vendido y el cabroncete, pero no hay la intención de aprovecharlos ni ganas de resaltar a ninguno de ellos. Son, paradójicamente, maniquíes que se pasean por una trama sin garra.

El punto adicional, además, que podría tener este drama, tampoco lo ofrecen. No es glamourosa (los vestidos del primer desfile provocarían un infarto al jurado de Project Runway) ni tiene esa frialdad superficial, calculada y elitista de la que si goza, por ejemplo, Gossip Girl (cuando TBL tiene mucho más razones para echarle mano). O sea, no es guay.

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Lo único que queda, entonces, es ver vivir un poco Manhattan (esto sí que lo tiene), buscar frases metatelevisivas a Mischa Barton (ay, Marissa...), comprobar porqué Elle McPherson (que participa) se ganó la vida paseándose por las pasarelas y no por los platós, y dejarse llevar por unas historias que no dan indicios de despegar ni como placer culpable. Una lástima, ya que Nico Tortorella, el único que se salva, se merece mucho más que esto (¡que vuelva a Make It or Break It para la segunda temporada, por favor!).