Justicia corrupta

La semana pasada no pude comentar la gala de American Idol porque como ya sabéis estuve en Madrid pasando unos días. ¿Algo que comentar al respecto antes de entrar en materia? Pues Paige Miles se fue después de hacer una actuación a la altura del Apologize de Tim Urban y me he cambiado de bando. No sé hasta que punto sigo siendo seguidor de Siobhan Magnus y no de Crystal Bowersox.

Es fantástico que los jueces despotriquen. Soy el primero que adoro la determinación de Simon Cowell de buscar todos los defectos posibles a los concursantes y también la evolución de Ellen DeGeneres, que por fin se atreve a hacer comparaciones menos amables y más destructivas. Pero la filosofía de todos ellos en general debería cambiar. Se comportan como profesores de instituto, que pisotean y se decepcionan visiblemente con los buenos alumnos que tienen un desliz, y luego alaban el chico limitado que por algún golpe de suerte del destino saca un 4,8 y se lo suben a un cinquillo.

Su actitud, aunque ellos no voten, sí que influencia al público. El abrazo de Ellen a Tim Urban, por ejemplo, legitimó la presencia del mediocre cantante, que ahora encima tiene el respaldo oficial de los ídolos de Disney (Miley Cyrus y Joe Jonas). Y después de semanas metiéndose sin piedad con Didi Benami, una de las mejores voces de American Idol, han logrado lo que querían: que fuera expulsada.

En Entertainment Weekly apuntaron la semana pasada que su actitud con el jurado en la gala de expulsión podía pasarle factura de cara al público y evidentemente lo ha hecho. Pero a mí no me extraña que se enfrontara a ellos diciéndoles en otras palabras “parad de criticar y decidme de una vez qué me recomendáis”. “A better song choice”, le dijo Ellen. Y así Didi siguió dando palos de ciego en el escenario, también en una semana donde sólo podía elegir R&B cuando le hubiera sentado bien pop blanco y duro, y en la que Ryan Seacrest se propuso hacerla llorar como fuera. Debería avergonzarse. Una de las escenas más patéticas de lo que llevamos de concurso (¿la otra? la expulsión de Alex Lambert).

En cambio, por allí siguen inexplicablemente unos cuantos parásitos masculinos (recordemos que esta edición tenía más nivel entre las chicas que los chicos, aunque sólo caen ellas una a una). Aaron Kelly sigue con su karaoke particular, de voz regular y presencia ausente cosechando unos cuantos elogios cada semana (Ellen, Randy, Kara y Simon: si queréis adoptarlo, adoptadlo, pero basta de mimarlo). Andrew Garcia bordó su actuación, ¿pero por qué sois incapaces de decirle “muy bien, pero no tienes voz”? ¿Qué porcentaje de canciones debe asesinar? Big Mike, por bonachón que sea, ya debe tener el récord en canciones melosas y logra que cada semana su actuación parezca la misma que la anterior. Y Casey, Casey... es aburrido, a día de hoy aún no ha sido capaz de sonar moderno en ningún momento y la potencia de su voz es ridícula. Por no hablar de su papel en los anuncios, donde consigue ser aún más rancio si es posible.

De hecho, ni lograron brillar las divas de esta edición, Crystal Bowersox y Siobhan Magnus. La primera porque quiso variar cuando queríamos oír otra vez la magnífica y soberbia Me and Bobby McGee (abajo), que empata con Paint It Black como la gran actuación de este año, y la nerd porque torturó, violó y apuñaló su canción con las cuerdas vocales. Un horror, vamos. Así que sólo puedo rogar que Crystal vuelva a las andadas, guitarra en mano, y que Siobhan sea capaz de sorprendernos sin ningún grito y parando tanta atención a las ondulaciones de su voz como hizo con su Wicked Love, impecable a nivel técnico.