sábado, 3 de marzo de 2012

Las estampas de Southland

Lo dije antes y lo repetiré una vez más: Southland es una de las series imprescindibles que ofrece hoy en día la televisión norteamericana. Como las razones ya las comenté anteriormente, no quiero volver a enumerarlas, pero sí me gustaría destacar otra vez la generosa capacidad que tiene de generar estampas y tatuarlas en el cerebro del espectador.


Una cosa es crear momentos para recordar cuando se cierran tramas, se abren cliffhangers o se lleva a cabo un paso importante para la historia de algún personaje. Otra muy distinta es escribir clímax que presuntamente vienen de la nada, que aparecen de imprevisto y cuya fuerza reside en un contenido universal. No es necesario tener un vínculo especial con los personajes (que se tiene, que conste) porque esos momentos gozan de una emotividad objetiva. Simplemente son unos policías de Los Angeles cuyo trabajo es encontrarse con situaciones complicadas y decisiones aún más difíciles.


El mayor punto de inflexión a nivel emocional durante esta cuarta temporada, por ejemplo, es cuando un joven homosexual decide tirarse del tejado de un bloque de pisos después de que sus compañeros de escuela le hayan torturado tanto física como psicológicamente. Diría que la conversación que mantienen él y el policía que le socorre, también homosexual aunque dentro del armario, contiene una sinceridad que podría tocar el corazón a cualquiera. Al igual que su desenlace y el otro desenlace que ocurre fuera de cámara (como veis, no lo desgrano todo-todo). Bien escrito, bien interpretado y con un aroma a verdad del que pocas series gozan.


La gente después se extraña de que existan tantas series de policías. A veces sólo las utilizan para plantear casos de la semana, pero en Southland aprovechan su mejor calidad: la capacidad que tienen para ofrecer situaciones extremas sin que sean forzadas y que pueden desencadenar en magníficas escenas. Y el gay en el tejado, a lo tonto, se ha unido al tiroteo de la detective Adams dentro de su propia casa y la caída de un agente como uno de los momentos más auténticos y memorables de la serie.


Pero no todas las estampas tienen porqué ser tan trascendentes. La ventaja de este drama policial es que mezcla emotividad, intimidad, rutina y escepticismo de forma casi aleatoria. Así pueden hacer que un alivio cómico sea una escena sobre un pastelero que no quiere vender un pastel a una familia porque le han encargado que ponga “Happy Birthday, Adolf” con esvásticas decorativas, sorprendernos con un momento de casi-canibalismo callejero que empieza como algo cómico y acaba siendo frustrantemente desagradable o convertir un embarazo en una maltrato psicológico para el espectador. Quienes la hayan visto, lo entenderán. Quienes no lo hayan hecho, espero haberles dado la suficiente munición para que se apunten a patrullar las calles de Los Angeles.

3 comentarios:

satrian dijo...

Una de las mejores cosas que tiene la serie es la angustia que crea en el espectador, cuando no sabe si tras la próxima esquina espera una escena graciosa de compadreo o un loco homicida, muy buen pulso tiene esta temporada con grandes historias, más miedo me dan algunos locos de la serie que los zombies de The Walking Dead.

laura dijo...

Un maravilloso descubrimiento. No me canso de recomendarla.
Por el momento solo he visto la primera temporada y el capitulo final, aparte de tener uno de esos momentos, que comentas, tiene una carga emocional por parte de todos los los integrantes de esta serie coral, donde nadie destaca por encima de otro, pero que todos son tremendamente creíbles y humanos.

Crítico en Serie dijo...

Satrian, qué bien lo explicas. Nunca sabes qué vendrá a la vuelta de la esquina. Esos muerdos, por ejemplo, me dejaron helado.

Laura, prepárate para el viaje. Ya verás qué interesante es ver cómo va cambiando a medida que reducían el presupuesto. Y mejora, sobre todo en la tercera temporada.