La segunda temporada de Justified fue compleja, emotiva, sutil y muy redonda. Fue cuando se destapó como una verdadera sensación, explorando aún más y mejor su esencia de western (siempre diré que los hermanos Bennet parecían una versión de los Dalton de Lucky Luke) y consiguiendo que el condado de Harlan fuera orgánico, repleto de matices y a la vez muy personal.
Siempre se menciona a esa enorme villana llamada Mags Bennet como la gran responsable del crecimiento, tanto por la interpretación de Margo Martindale que le reportó un Emmy como por la visión de Graham Yost. Pero diría que, sobre todo, el mérito era de este último. Como comenté hace nada, Yost había llegado a un clímax narrativo. Sabía qué quería contar y conocía a la perfección todos los factores de la serie y supo alinearlos a la perfección, a la vez que estos entendían muy bien sus papeles. Timothy Olyphant o Walton Goggins, por ejemplo, jamás han estado mejores. Pero a veces menos es más, aunque el responsable de la serie no lo creyera.
La tercera temporada de Justified no es que sea mala. Está por encima de muchas otras series porque su elenco sigue estando inspirado, porque tiene de las escenas más potentes de la televisión en cada episodio y porque tiene mucho mérito el afán de western contemporáneo que siempre han conseguido darle. Pero, al igual que le ocurrió a Sam Raimi con Spider-Man III, pecó de excesivo. Creyó que, si la segunda había tenido una gran antagonista (con Boyd planeando en un segundo plano), la solución sería añadir aún más enemigos en la lista de Raylan Givens para suplir la ausencia. Y el tiro, en mi opinión, le salió por la culata.
Entiendo el razonamiento de Yost: aumentar el frente enemigo sin quitarle peso al protagonista porque, a fin de cuentas, le afectaba a un nivel muy personal. Por primera vez desde que empezó la serie, alguien ponía en duda que el marshall estuviera en el lado correcto de la Ley por culpa de sus orígenes y contactos. Pero a pesar del conflicto de Raylan Givens y de que lo cuidaran a nivel de guión y de dirección (hasta sus escarceos sexuales con una camarera están bien escritos y no le rebajan a macho alpha cachondo), no pude evitar pensar que prácticamente estaba en la sombra y que era incapaz de ejercer de pilar de la serie. No había equilibrio suficiente para que aguantara un frente hostil tan poblado (y enemistado entre sí). Limehouse, por ejemplo, estuvo en todo momento desconectado, por más que tuviera muchas escenas de calidad que le definían como personaje y que tuviera sus momentos con todos y cada uno de ellos. Y después de un proceso de cocción tan inquietante como el de Robert Quarles, semejante desenlace fue acelerado y desesperado, rebajando de golpe todas las expectativas creadas.
El mural que nos han ofrecido era denso y tenía buenas intenciones, pero perdió la sensibilidad del final del primer año y de todo el segundo. Confiaron demasiado en el protagonista, intentando incluirlo en el tramo final con una vendetta personal cogida con pinzas, y consecuentemente rompieron mi conexión con la serie desde un punto de vista emocional (no sé si a otros les habrá ocurrido). Esperemos que, sin embargo, Yost afine sus intenciones de cara al próximo año porque, en realidad, el talento siempre ha estado allí. El episodio de los riñones o el dedicado a Art fueron excelentes, pero también porque no tuvieron nada que ver con lo que he comentado aquí arriba.
4 comentarios:
Es que la segunda temporada va a ser insuperable.
A mi se me fueron acumulando los capítulos semanalmente, con eso lo digo todo. Para el verano queda.
A mi me ha parecido una estupendísima temporada, quizá medio punto o así por debajo de la 2ª, pero muy muy cerca de ésta (eso entrando a compararlas, porque como unidad "individual" me ha parecido soberbia), no le he encontrado tantas pegas como mencionas.
¡Saludos!
No podrías haberlo expresado mejor. Estoy de acuerdo en cada palabra que has escrito. De verdad, estoy sorprendido.
Quarles pierde fuerza en los últimos capítulos y está que da pena. Y Limehouse no llega a arrancar.
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