La televisión puede que no sea el medio más vanguardista a la hora de abordar ciertos temas sociales, pero sí que tiene una característica que permite que sea más influyente que ningún otro a la hora de hacer mella entre el público: se vive desde la intimidad del hogar y la asiduidad acaba provocando que la gente sienta los personajes como parte de su propia familia. Teniendo esto en cuenta, no fueron nada disparatadas las declaraciones que hizo en mayo el vicepresidente de los Estados Unidos, Joe Biden, cuando dijo que “‘Will & Grace’ hizo más para educar al público americano de lo que casi nadie haya hecho”.
Puede que ahora la televisión esté más curtida en estos asuntos con series como Modern Family y Glee pero, cuando la sitcom se estrenó en 1998, la homosexualidad no tenía tanta visibilidad o aceptación. Un año antes, Ellen DeGeneres había revelado en el show de Oprah Winfrey que era lesbiana y decidió sacar del armario también a su personaje en la serie homónima Ellen, y la jugada no le salió precisamente bien. El capítulo en sí, The Puppy Episode, pasó a la posteridad pero la sitcom se metió en el ojo del huracán. El rechazo entre los conservadores provocó que el canal ABC advirtiera en el comienzo de cada episodio que su contenido podía herir algunas sensibilidades y la audiencia empezó a bajar mientras Ellen recibía críticas por centrarse excesivamente en la homosexualidad de la protagonista en lugar del humor. La serie fue cancelada durante la siguiente temporada y Laura Dern, que interpretaba el personaje homosexual ante el que Ellen salió del armario, se pasó un año sin recibir ofertas de trabajo.
Will & Grace, por lo tanto, no las tenía todas consigo cuando presentó a sus protagonistas, un abogado homosexual y una decoradora heterosexual que compartían piso. Su planteamiento generaba bastantes dudas por la falta de una tensión sexual no resuelta y encima les llegaron críticas de polos opuestos. La derecha y los grupos religiosos denunciaban la presencia desvergonzada de protagonistas homosexuales, y por otro lado recibían quejas por los perfiles de los protagonistas, que algunos consideraban que sólo reforzaban los estereotipos. Supongo que la mayoría provenían por el retrato de Jack, el mejor amigo de Will, que era afeminado, superficial y egoísta, y que continuamente recibía burlas por parte del abogado, que a menudo se refería a él como a una mujer.
Sin embargo, una cosa era declarar a los personajes como gay salidos del armario y otra muy distinta mostrar la homosexualidad con normalidad. Como bien me han hecho ver en mi actual visionado (estoy terminando la primera temporada), la serie probó las aguas antes de meterse de lleno. En el primer borrador del piloto, Will tenía pareja, pero se decidió eliminar las escenas y al final el personaje empezó la serie soltero y, con la excusa de que acababa de salir de una relación algo traumática, tardaría mucho tiempo en tener citas. De hecho, la NBC incluso promocionaría brevemente la serie sin desvelar la homosexualidad de Will, solamente porque temían la reacción del público.
Con esto no quiero decir que Will y Grace no hiciera mucho por la visibilidad y aceptación. De no haber sido algo prudente, posiblemente no hubiera visto la luz, ni se hubiera convertido en uno de los estandartes de la noche de los jueves de NBC, el famoso Must-See-TV line-up donde también se cobijaron Friends, Frasier o Seinfeld. Y el esfuerzo dio sus frutos: ganó el Emmy a la mejor comedia en 2000, reportó galardones para sus cuatro actores protagonistas (Debra Messing, Eric McCormack, Megan Mullally y Sean Hayes) y acabó recopilando 86 nominaciones durante sus ocho años de historia. Bueno, y la convirtió en un referente sobre la homosexualidad en los anales de la televisión, como evidenció Biden.
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