Los Emmy ignoraron la tercera temporada de The Good Wife porque tenían otras series en el punto de mira (Downton Abbey) y porque se comentaba que no había sido tan redonda como las dos anteriores. Puede que fuera cierto. El mismísimo matrimonio King reconoció que cometieron un error, que fue no darle una trama potente al personaje de Eli Gold y que no les había funcionado en el bufete perdiéndose en pequeñas tramas de poder, más cómicas que relevantes. Pero, mientras que entiendo que para algunos fuera un gatillazo que no hubiera un arco argumental visible, firme y fuerte, siempre me tomé esa edición como una temporada de cambios.
Robert y Michelle siempre me han dado la impresión de escribir según las necesidades de la historia y de sus personajes y creo que un ejemplo muy claro está siendo la evolución del triángulo formado por Alicia, Peter y Will. Si bien al inicio de la serie podíamos creer que la relación entre Alicia y su compañero de carrera era una carrera de fondo y que acabarían uniéndose formando una pareja estable, ocurrió todo lo contrario. Les metió en un ascensor que bien podía ser el de Anatomía de Grey, nos complació y con la tercera temporada les puso a cada uno en su sitio. La protagonista, queramos o no, es una mujer pragmática y muy conservadora y embarcarse en una relación sentimental después de la tortura pública a la que la sometió su marido no era su plan. Ella es abogada, ella es esposa y ella es madre, y generalmente toma las decisiones teniendo en cuenta todas sus condiciones.
Por esta razón me pareció muy interesante la evolución del personaje el año pasado y también el rumbo que está tomando en el arranque de la cuarta. Ni esperaba que se bloqueara tanto con el “I love you” de Will que le acabaría dejando, ni intuía que la increíble química entre ella y Peter pudiera llevarnos a algo más. Primero, formando un equipo sólido por el bien de su prole y después contribuyendo activamente en la campaña de su marido, que incluso separado la necesita para ganar votos. Y, curiosamente, ni tan siquiera el rumbo de éste llevó el camino fácil: dio ciertos tumbos por su lado más oscuro viendo que no lograría la nominación demócrata si no rebajaba sus ideales y prometía unos cuantos puestos, pero todavía no ha caído en desgracia.
La escena entre el matrimonio Florrick en el autobús de la campaña electoral demuestra, además, que no todo está perdido para ellos dos. Son un equipo muy sólido, tienen una tensión sexual renovada y, a base de errores (él acostarse con prostitutas, ella olvidándose de realizarse como persona), han aprendido a conocerse a si mismos y al otro. Y lo más importante y destacado es que el relato de Alicia, mientras que es coherente, ha llevado al personaje hacia un sendero que pocos podíamos intuir cuando empezó en Lockhart y Gardner.
Descubriéndose como abogada y como figura indispensable en la carrera de su marido, se ha dado cuenta de cuánto le gusta el poder. Podrá hacerle feos a ciertas tácticas y odiará tener que dar entrevistas, pero ahora tiene la ambición en la mirada y de momento no parece que se vaya a apagar ese brillo. Claro que, como los King son impredecibles, tampoco me extrañaría que una mala experiencia le parara los pies, pues las cosas aún pueden ponérsele muy difíciles de aquí a la cita electoral de Peter.
Y, de momento, está siendo extraordinariamente estimulante conocer a Alicia Florrick. No es la heroína que esperábamos conocer, pero esto tampoco la convierte en una decepción o una antiheroína. Sólo le otorga matices, la gran mayoría de la paleta de los grises. Y, sobre todo, la hace mejor personaje, si cabe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario