jueves, 24 de enero de 2013

El hijo del Presidente

Se decía que 1600 Penn sería un Modern Family en la Casa Blanca. El pronóstico no era nada disparatado: es una comedia sobre la familia del Presidente de los Estados Unidos y entre sus creadores, que son tres, consta Jason Winer, ganador de un Emmy por dirigir a los Dunphy y los Pritchett y productor de la serie. En teoría, debía ayudar a NBC a encontrar el público familiar que evita su noche de comedias desde hace unos cuantos años debido a un humor que se ha descrito más de una vez como intelectual y demócrata y cuyo público potencial es más minoritario del que le gustaría al canal.

Pintaba bien, también, que Jon Lovett fuera otro de sus responsables. Su nombre tiene cierto pedigrí desde que trabajó tres años como escritor de discursos para Barack Obama, aunque ahora prefiera hacer el payaso y colaborar en proyectos más divertidos (hace muy poco le vi, por ejemplo, en la loca tertulia de Love You, Mean it with Whitney Cummings). Daba la impresión que, aunque fuera una sitcom, dispondría de una óptica particular, la de alguien que estuvo bajo las órdenes del máximo mandatario norteamericano.

Pero ahora echemos un vistazo al tercero en discordia de la lista de creadores, Josh Gad, el que se reservó un papel en 1600 Penn. Si alguien creyó por cuestiones de nombre y lustre que Bill Pullman y Jenna Elfman serían los protagonistas, ya que interpretan al Presidente y a la Primera Dama, también padres de cuatro hijos, estaban bien equivocados. Yo el primero. En cierto modo, que conste, sí lo son. Pero si contamos con qué escenas nos quedamos cuando termina el episodio, el protagonista absoluto es Gad, que hace de Skip, el hijo mayor y bastante limitado. Y no por las razones adecuadas.

Se supone (porque sino no hay quien lo entienda) que interpreta al típico personaje bastante estúpido que mete la gamba a la mínima y que en el fondo es la mar de entrañable. Vamos, lo que es Homer Simpson pero con un extra de buenas intenciones. Pero tanto sus planes siempre van en la dirección opuesta como la percepción del personaje. El resto de 1600 Penn podría ser un increíble cruce de Friends, Cheers, Seinfeld y Parks and Recreation y posiblemente al final del episodio pensaría exactamente lo mismo: el hijo mayor es imbécil y no quiero volver a verle nunca más bajo ningún chantaje o amenaza. Lo pensé después del primero, también después del segundo y aún me dio más rabia en el tercero.

Pero tampoco quiero que haya malentendidos: no es ningún mejunje de las series mencionadas. Es tan blanca como las paredes de su hogar, tiene un humor más infantiloide que familiar y no es particularmente graciosa. Bueno, no tiene ni pizca de gracia a pesar de los esfuerzos de Elfman, que siempre me ha parecido una actriz cómica  algo sobreactuada pero solvente, y no demuestra en ningún momento que uno de sus responsables conozca el mundo del que bromea desde dentro.

Y, si sumamos esto a Skip, hay que evitar de todas las formas posibles 1600 Penn. Sobre todo aquellos que vieron la última temporada de la serie de ciencia ficción Torchwood ya que cada vez que aparezca el Presidente de los Estados Unidos en pantalla sólo podrán ver a un pederasta. Ay, Bill Pullman, qué perturbador te has vuelto con el tiempo.