El midseason estadounidense tiene sus ventajas. Como hay menos estrenos simultáneos que en septiembre, la promoción tiene más posibilidades de calar entre los espectadores y sale más barata. Pero, si somos sinceros, existe por dos razones obvias: dar algún pelotazo para salvar las cuentas de cara a mayo y estrenar alguna serie en la que no confía el canal para probar suerte. Awake llegó la primavera pasada esperando que las buenas críticas se hicieran escuchar y sirvieran de reclamo (y fue ignorada), ABC lleva varios años intentando repetir el pelotazo de Anatomía de Grey en 2005 con series producidas por Shonda Rhimes y aprovechando los médicos del Seattle Grace para lanzarlas (Off The Map no caló, Scandal sí) y aún recuerdo el estreno de Body of Proof, una serie que tenían previsto desechar a los viernes y que, viendo cómo les iba el asunto, la reservaron para primavera con una campaña de promoción excesiva que se rumoreó que les costó 50 millones de dólares, todo para disimular el fracaso.
Este año, sin embargo, las audiencias han dado la vuelta a la tortilla y quienes tienen que salvar los muebles no son NBC (líder en otoño, ni que sea por The Voice y el fútbol americano) ni ABC (la otra que lleva varios años peleando por el último puesto), sino el canal FOX, que hasta ahora siempre jugaba muy tranquilo, a sabiendas que American Idol arrasaría a partir de enero y les permitiría amasar cantidades ingentes de dinero con sus treinta episodios. De momento, aún les proporciona beneficios pero ni tiene el tirón de antaño ni puede cubrir el paupérrimo otoño que ha tenido su programación. Mantuvieron en antena The Mob Doctor sólo por dignidad cuando sus cifras pedían que fuera fulminada, se demostró que comprar una segunda temporada de X Factor había sido un error, Glee está en declive y su única alegría del septiembre anterior, New Girl, perdió fuelle y demostró no estar preparada para anclar una noche entera de comedias (The Mindy Project y Ben and Kate no alzan el vuelo por más tiempo que les den).
Por culpa de esta situación, The Following no solamente es un ambicioso proyecto (como también lo era Alcatraz el año pasado): es la única oportunidad del canal para fingir que hay algo que celebrar cuando acabe la temporada, sobre todo ahora que cada vez está más claro que no pueden sustentar todo el balance anual en un reality y que, de tanto acomodarse, no hay plan B que les saque de las brasas.
La serie, de por sí, gira en torno a un psicópata muy atractivo llamado Joe Carroll (James Purefoy) cuyos crímenes intentan recrear la esencia de la obra de Edgar Allan Poe y que aprovecha su retiro en prisión para crear una secta de admiradores y asesinos, y el detective que le cazó (Kevin Bacon), que casi no sobrevivió a la misión y que años después todavía ahoga sus penas en vodka y torturándose por no haber acabado definitivamente con las atrocidades de Carroll.
La suerte, sin embargo, no está de su parte y The Following ha llegado justo cuando los medios y la sociedad norteamericana vuelven a plantearse hasta qué punto la cultura del ocio (televisión, cine, videojuegos) puede haber influenciado las últimas matanzas que ha sufrido el país de manos de desequilibrados con una arma de fuego en la mano. Pero, como ficción, sí resulta atractiva. Puede que en cine estemos acostumbrados a los sustos de Kevin Williamson (Scream), responsable de la serie, pero no en televisión y, si bien el piloto da la impresión de comprimir excesivamente una película en cuarenta minutos, su presentación funciona. La única duda que me asalta es cómo van a ejecutar esta idea a lo largo de toda la temporada, si será una película en varios fascículos o será una serie de casos algo más restrictiva. Cuando lo vea, se podrá decidir su valor real como serie de televisión y, cuando lleguen las audiencias de los próximos capítulos, la FOX sabrá si tiene algo de qué alegrarse en este año tan y tan oscuro. A estas alturas, ni éxito moderado difícilmente les servirá de cortina de humo.
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