Cuando una serie cosecha unas audiencias justitas, todo showrunner tiene dos opciones: hacer como si no fuera con él y escribir un último episodio que nos deje con las tramas a medias y algún cliffhanger (de estos hay un montón y casi todos dolorosos), o las hay que prefieren preparar un capítulo que sirva como cierre definitivo por si acaso el canal decide no renovar. Diría que el caso más curioso es el de Chuck, cuyos responsables eran tan honrados que por regla general planteaban el último episodio de cada pedido de la cadena como si fuera el desenlace, lo que significaba que solíamos tener dos finales por temporada, tras el episodio 13 y en la season finale de turno.
Ahora, la serie que se ha acostumbrado a curarse en salud por si las moscas es Parenthood. Jason Katims, que ya tenía experiencia en el tema con Friday Night Lights, cuya tercera temporada se despidió por todo lo alto sin saber que DirecTV la rescataría, diseñó un cierre para la tercera temporada que olía a adiós y este año ha ejecutado la misma maniobra. Todavía no sabemos si el canal que la cobija, la NBC, le dará luz verde a un quinto volumen, pero como espectadores podemos darnos por satisfechos con la última impresión que nos han dejado todos los personajes. Y hablo en plural porque, contra todo pronóstico, este último tramo hasta me ha gustado.
A partir de aquí, spoilers de la temporada.
No es que ahora necesite a los Braverman en mi vida y vaya a mandar niños de centros de acogida al canal como medida de presión para que renueven la serie, pero los entresijos de esta familia se convirtieron en una especie de happy place en estos últimos episodios. Bueno, un lugar feliz donde aproximadamente no puedo ver la mitad de los personajes (suerte que los abuelos han estado desaparecidos). Primero fue el tumor de Kristina. Otras muchas veces hemos visto a mujeres tratándose un cáncer de mama en la pequeña pantalla, aunque el anuncio ante sus seres queridos tuvo un tacto que permitió que fuera uno de los highlights del año pasado. Después me aferré (por sorpresa) a Ray Romano. Abría menos la boca que Damian Lewis y su papel era el sujeto romántico de Lorelai, esa mujer a quien todo hombre ríe las gracias y que cada vez está más cascada. También lo pasé fenomenal odiando a la suegra de Crosby. Y, si soy sincero, el cierre de temporada me pareció muy bonito, aunque incluyera esa escena tan bochornosa en los juzgados. No me educaron para manifestar mis sentimientos de esa forma en público y esa clase de momentos suelen incomodarme.
Este último episodio, sin embargo, también ha despertado algunas críticas entre aquellos que siempre han defendido la serie a capa y espada, y no les falta razón. Si bien la felicidad de todos y cada uno de los miembros de la familia es una preciosa forma de cerrar su historia, las tramas se aceleraron y Katims confió demasiado en la bondad de todos los personajes. Julia tenía dudas sobre si se veía capaz de ejercer de madre de Victor y, de repente, no las tenía. Syd detestaba a su hermano-a-la-fuerza y, también de repente, le quería. Andrew acompañó a su novia a abortar y, por si acaso, le admiten en Berkeley para que nadie se acuerde del trauma. Crosby y su mujer descubren que serán padres por segunda vez y así todo el mal rollo con la suegra queda camuflado. De Sarah podemos olvidar que en algún momento tuvo aspiraciones en la vida aparte de ser la señora de alguien y, finalmente, Amber vuelve con el desequilibrado de su ex y a la primera semana ya miran anillos de compromiso.
Fue complaciente, inverosímil y tienen razón en Vulture cuando dicen que la esencia de Parenthood era que siempre había conflictos y a pesar de eso seguían adelante. Pero también un ejemplo de cómo Jason Katims sabe manipular las emocionas y escribir escenas llenas de ternura. Así que durante 45 minutos suspendí la incredulidad y disfruté de las declaraciones de amor de los Braverman. Claro que, me pilla en un mal día, y podría ser que este artículo tuviera una óptica diametralmente opuesta.
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