La temporada pasada viví ajeno a todas las polémicas que rodeaban a Nicky Minaj y Mariah Carey en ‘American Idol’. Ni les di una oportunidad porque la 11ª edición me había agotado una vez habían emitido los cástings, la parte más interesante (la ‘Hollywood Week’ y la fase final en Las Vegas siempre son muy intensas). Pero, quizá porque he leído cuatro cositas positivas sobre esta última temporada que tiene a Keith Urban, Jennifer Lopez y Harry Connick Jr de jurado, he decidido darle otra oportunidad. Es el síndrome de abstinencia de ‘X Factor UK’, que hay que mitigar de alguna forma. Y, de momento, estoy sorprendido por el cambio.
Es muy agradable que por fin Randy Jackson no forme parte del concurso. Este hombre se supone que cumplía la cuota racial en el programa, muy visto por la comunidad negra, pero era un despropósito de juez. Era un mono de repetición que siempre soltaba las mismas ridículas expresiones con todos los participantes y denigraba el concurso a argumentos muy pobres. Y, en cambio, los jueces actuales tienen los oídos muy afinados. No es que sean crueles ni mucho menos, pero están preparados para dar malas noticias, para aconsejar a los concursantes durante la selección y encima parecen pasárselo bien. Harry Connick Jr es una rara mezcla entre payaso y juez exterminador, y funciona a la perfección, sobre todo cuando interactúa con los demás. Vamos, que el panel de jueces ha recuperado un esplendor que hacía siglos que no tenía y están cómodos. Supongo que Keith Urban se sentirá más seguro viéndose rodeado de personas sin trastornos psiquiátricos.
Pero el lavado de ‘American Idol’ va más allá del trío de seleccionadores. El montaje, como siempre, es una bestialidad (por esas panorámicas, por las actitudes de los aspirantes, por las instantáneas de las ciudades que visita) y encima parece que quiere subirse al carro de la positividad. Hay menos momentos para los concursantes-bazofia o locos, mientras que se muestra mucho más el talento. Esto es una lanzadora de estrellas, es la idea que venden, y toca hablar de sueños por cumplir, de voces ocultas sin tener en cuenta las circunstancias personales. Pasan por alto esas situaciones lacrimógenas de “tengo que pasar de ronda porque mi mejor amiga murió la semana pasada” o “quiero ser cantante profesional y mi novia tiene una parálisis cerebral”. Mejor, que nunca se gana nada con estas tristes experiencias: o se sobredimensionan sus habilidades, o el chasco es simplemente cruel cuando no les dejan pasar en la siguiente ronda.
Por esto, porque los jueces se toman su labor en serio y porque también intercalan instantáneas de Connick, Lopez y Urban contando qué es para ellos una estrella de la música o qué debe tener una persona para triunfar, le daré una oportunidad a esta edición de ‘American Idol’. Se agradece que se lo tomen en serio. Y, por más que los jueces sean parte esencial del proceso, está bien que el talento esté por encima. Esto es lo que lo diferencia del resto de ‘talent shows’ musicales, así que es un punto a favor que lo acentúen.
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