viernes, 30 de mayo de 2014

La cena roja

‘Juego de Tronos’ inventó el término de ‘boda roja’ y la verdad es que resulta bastante práctico. Aquellos que sigan la serie fantástica entenderán perfectamente porqué tiene el significado que tiene, el de momento muy impactante que destruye los cimientos preconcebidos por el espectador. Creo recordar que la primera vez que se aplicó el término fuera de ‘Juego de Tronos’ fue en ‘The Good Wife’ para referirse al episodio ‘Hitting the fan’ y ahora, cómo no, es el turno de ‘Hannibal’. ¿Por qué no sorprende que Brian Fuller despidiera temporada con un gran estallido? En su caso, ya los hay que definen el episodio como una ‘cena roja’. Se podía intuir por donde irían los tiros puesto que la primera escena de la temporada vaticinaba sangre, pero aquí ya es imposible no mencionar detalles de la trama, así que mejor deja de leer si no has terminado la segunda temporada.

Si la cena se considera roja es porque deparó más momentos chocantes. Que Jack Crawford se desangraría en la bodega del doctor Lecter no era uno de ellos. Lo fue más que Will Graham se encontrase en una situación similar y que Alana Bloom, en un instante de valentía, decidiera enfrentarse a un Hannibal que como siempre iba unos cuantos pasos por delante y que tenía a Abigail de inquilina en su casa. Esa chica en el fondo era un alma corrompida como Will, alguien que tenía el gen de la maldad dentro pero que con otra influencia podría haberse redimido (esa línea que Will lleva toda la temporada bordeando). ¿Y hasta qué punto Lecter lo tenía todo planeado como avisó Bedelia a Jack? Pues es difícil de concretar. La impresión es que lo tenía todo previsto pero una parte de él quería equivocarse: esperaba que a la hora de la verdad Will se uniera a él en lugar de combatirle. Sólo hace faltar ver cómo asesinó a Abigail como un amante despechado, sabiendo que le dolería más a Will que su propia hemorragia.

El compás que sonó durante todo el episodio, que auguraba la fatalidad del desenlace, fue el colofón a una temporada espléndida. Como dijo mi compañero Mikel Zorrilla en su cuenta de Twitter, probablemente la brújula moral de Will no resultó tan estimulante como Brian Fuller quería, pero esto no impidió que el resultado final fuera maravilloso. La filosofía psiquiátrica, la seriedad de cada plano, la poesía de las tétricas imágenes... ‘Hannibal’ invierte nuestro paladar y convierte el horror en belleza. Es un experimento que funciona, que maravilla y que traumatiza y da patadas al estómago, como la muy macabra escena de Mason Berger mutilándose la cara, dando de comer su propia carne a los perros y comiéndose su nariz. Que la música que llevase a esa situación fuese tan cómica, como compuesta por un payaso loco, y que él se zampase su propia nariz con humor debe ser la imagen moralmente más agresiva del año (queda tiempo para que termine, sí, pero dudo que ninguna serie lo supere).

Y, como toda serie que se precie, ‘Hannibal’ se despidió con elegancia. Por un lado, asumió que una temporada televisiva es un arco y le dio un cierre. Toda la cena roja se enfocaba a esto: Crawford pagó la frustrante situación con su mujer terminal brindándose a la muerte que representaba Lecter, Will se enfrentó al dilema definitivo, Alana buscó la redención y la serie de por sí perfeccionó su perturbador estilo. Y, lo mejor, es que nos dejó con ganas de más y preguntas sin respuesta, sobre todo porque ya no está nada claro si la adaptación será fiel a las novelas de Thomas Harris, al igual que el papel de Bedelia en todo esto. ¿La veremos en forma de steak tartar al cuarto episodio?

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