La temporada americana está dando sus últimos coletazos y quedan pocas series para despedirse. ‘The Good Wife’ es una de ellas, lo hará el próximo domingo y probablemente lo hará con un último episodio fantástico, que ya sabemos cómo se las gastan los King. Pero aquí quiero hablar del drama novel de más éxito de la presente temporada: ‘The Blacklist’ ha funcionado de maravilla en NBC. Se puede argumentar que esto es debido a ‘The Voice’, el programa que tiene de telonero, pero jamás se hundió cuando los gorgoritos se ausentaban de la programación. Vamos, que NBC tiene derecho a creer que ha acertado, que el público ha respondido y que no están ante otro ‘Revolution’, que ha tenido que ser cancelada en su segunda temporada.
Este éxito de ‘The Blacklist’, sin embargo, no se corresponde con el resultado final que hemos visto a lo largo de la temporada. Se presentó al público como una ficción dramática sobre casos de la inteligencia americana y con una conspiración de fondo, y esto es lo que ofreció. Parecía tener el truco para alargarse hasta los veintidós episodios que le exigía el canal pero con los suficientes ganchos para atraer al público que se niega a dar vuelta atrás y aceptar un procedimental sin tramas continuadas. Pero el equilibrio entre estas dos vertientes no es una fórmula matemática aunque su creador Jon Bokenkamp la haya tratado como si así fuera.
Hemos tenido, por lo tanto, dos ‘The Blacklist’. Por un lado, el equipo del FBI que ficha a Elizabeth Keen y que no han brillado precisamente por su inteligencia. Diría que no han conseguido nada por sí solos y sin la ayuda de Raymond Reddington en toda la temporada. Y luego hemos tenido la conspiración de fondo con Alan Alda de cara visible y la relación de Red y Elizabeth, que incluía las dudas con respecto qué vínculo les unía. Los hay que opinan que el último episodio ofrece respuestas al respecto pero yo no lo tengo tan claro (al igual que opino que, si no veo un cadáver dentro de la bolsa, no me creo que haya muerto).
Las investigaciones, además, no han sido especialmente interesantes. No consiguieron transmitir en ningún momento que estábamos ante un mosaico donde cada pieza era fundamental, como Red procuró contarnos al final, y han estado escritos con el piloto automático. Y, curiosamente, también lo han estado ciertas revelaciones en el frente de la identidad de Red, de Elizabeth y de su marido. Cualquiera que viera ‘Alias’ hace diez años pensaría que esta serie es previa a Sidney Bristow y no posterior: su producción es noventera y es mucho menos sorprendente y atrevida, lo cual es un paso atrás.
Pero lo visto hasta el momento también indica que por lo menos ‘The Blacklist’ quiere ser una serie de casos que ofrezca un plus y esto siempre se agradece (que se lo digan a los admiradores de ‘Person of Interest’). Hay potencial, tienen una relación que funciona muy bien y Megan Boone, cuyas pelucas distraían al principio, aguanta muy bien el peso de la ficción. Ver crecer al personaje de Elizabeth como agente, que aprende a base de golpes y decepciones, probablemente es lo mejor de ‘The Blacklist’, como ocurría con Sidney en ‘Alias’ y Olivia Dunham en ‘Fringe’.
Pero le falta agallas, le falta ritmo y debería ser hija de 2014 y no de 1994. Y me temo que el éxito de la temporada podría hacer creer al canal y a Bokenkamp que no necesita mejorar. Y, si no lo hace, en otoño tendremos que escribir el nombre de ‘The Blacklist’ en nuestra particular lista negra de series.
Este éxito de ‘The Blacklist’, sin embargo, no se corresponde con el resultado final que hemos visto a lo largo de la temporada. Se presentó al público como una ficción dramática sobre casos de la inteligencia americana y con una conspiración de fondo, y esto es lo que ofreció. Parecía tener el truco para alargarse hasta los veintidós episodios que le exigía el canal pero con los suficientes ganchos para atraer al público que se niega a dar vuelta atrás y aceptar un procedimental sin tramas continuadas. Pero el equilibrio entre estas dos vertientes no es una fórmula matemática aunque su creador Jon Bokenkamp la haya tratado como si así fuera.
Hemos tenido, por lo tanto, dos ‘The Blacklist’. Por un lado, el equipo del FBI que ficha a Elizabeth Keen y que no han brillado precisamente por su inteligencia. Diría que no han conseguido nada por sí solos y sin la ayuda de Raymond Reddington en toda la temporada. Y luego hemos tenido la conspiración de fondo con Alan Alda de cara visible y la relación de Red y Elizabeth, que incluía las dudas con respecto qué vínculo les unía. Los hay que opinan que el último episodio ofrece respuestas al respecto pero yo no lo tengo tan claro (al igual que opino que, si no veo un cadáver dentro de la bolsa, no me creo que haya muerto).
Las investigaciones, además, no han sido especialmente interesantes. No consiguieron transmitir en ningún momento que estábamos ante un mosaico donde cada pieza era fundamental, como Red procuró contarnos al final, y han estado escritos con el piloto automático. Y, curiosamente, también lo han estado ciertas revelaciones en el frente de la identidad de Red, de Elizabeth y de su marido. Cualquiera que viera ‘Alias’ hace diez años pensaría que esta serie es previa a Sidney Bristow y no posterior: su producción es noventera y es mucho menos sorprendente y atrevida, lo cual es un paso atrás.
Pero lo visto hasta el momento también indica que por lo menos ‘The Blacklist’ quiere ser una serie de casos que ofrezca un plus y esto siempre se agradece (que se lo digan a los admiradores de ‘Person of Interest’). Hay potencial, tienen una relación que funciona muy bien y Megan Boone, cuyas pelucas distraían al principio, aguanta muy bien el peso de la ficción. Ver crecer al personaje de Elizabeth como agente, que aprende a base de golpes y decepciones, probablemente es lo mejor de ‘The Blacklist’, como ocurría con Sidney en ‘Alias’ y Olivia Dunham en ‘Fringe’.
Pero le falta agallas, le falta ritmo y debería ser hija de 2014 y no de 1994. Y me temo que el éxito de la temporada podría hacer creer al canal y a Bokenkamp que no necesita mejorar. Y, si no lo hace, en otoño tendremos que escribir el nombre de ‘The Blacklist’ en nuestra particular lista negra de series.
2 comentarios:
Esta serie me atrapa xq no es tan violenta como se espera en lo físico, además de la actuación de Spader q tiene cada ocurrencia pero también carácter;una mirada que muestra cada cambio en su estado anímico, sarcasmo...Lo que detesto es ese doblaje. Si Spader fue contratado para hablar x Ultron fue precisamente por su voz y vienen a quitarnos el placer de oirlo.
Se tiene que ver en versión original. Verás como es de buen actor Spader, y lo mala que es Megan Boone, o "EFF BEEE AAAAI". Esta chica sobreactua, tiene un inglés muy de paleto americano del Midwest. Lo peor de la serie. Buenos secundarios.
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