Los canales de cable premium americano suelen tener unos objetivos cuando estrenan ficciones y la renovación de ‘The Knick’, que tendrá una segunda temporada también dirigida por Steven Soderbergh, tuvo más que ver con la exposición mediática que los datos de audiencia. El canal no podía cambiar la imagen de Cinemax con una sola serie, cuyo objetivo era decir que optaba por las series de calidad como su hermana mayor HBO, y luego cancelar el proyecto a los diez episodios. Sería poco profesional y el espectador se quedaría con la impresión que tiran la toalla, además de quedar decepcionado tras darles un voto de confianza.
El número de espectadores que obtuvo no fue ningún game-changer. El volumen de abonados tiene bastante que ver y, más que demostrar que no había picado tanto la curiosidad, diría que evidenció que una transformación no sucede de un día para otro. Es evidente que un buen contenido puede girar la suerte de un canal pero por cada ‘Mad Men’ hay unos cuantos ‘Oz’. Sólo ellos saben, en realidad, las dinámicas de sus suscriptores, qué hábitos tienen dentro de su plataforma, qué pueden considerar un pelotazo y hasta qué punto las audiencias acumuladas son fiables o son personas que planchan con un episodio repetido de fondo.
Sea como sea, ‘The Knick’ tendrá bastante que demostrar cuando llegue la temporada de premios. Puede que nadie vea el canal Cinemax pero sí que todo el mundo conoce a Soderbergh y a Clive Owen, por lo menos los cientos de votantes de los Emmy. Rascar algo, ni que sea por respeto y por arriesgarse, sería un síntoma de éxito, una circunstancia que una serie como ‘Manhattan’ difícilmente conseguirá por pertenecer a un canal igual de poco popular, WGN America, pero sin contar con nombres tan famosos. Cuando llegue el momento veremos el peso de los apellidos Soderbergh y Owen.
Por el estreno de ‘The Knick’ ya comenté que tenía un valor prácticamente documental. Los doctores Thackeray y Edwards se inspiran en médicos que existieron y los guionistas Jack Amiel, Michael Begler y Steven Katz prestan mucha atención al detalle. Quieren retratarnos la época, contarnos su dureza y los personajes son herramientas que sirven a este propósito de forma consciente. A Thack, Edwards o Cornelia no les guían las manos de los creadores sino que son víctimas del entorno y de la época. Hay algo casi fatal en sus destinos porque sólo los controlan hasta cierto punto y ‘The Knick’ ya se encarga de que entendamos que su margen de maniobra es minúsculo.
De hecho, este drama casi nos hizo creer que podía emanciparse de las convenciones del momento. Cuando parecía que se marcaría un ‘Downton Abbey’ y apostaría por algunas actitudes anacrónicas por el bien de las tramas, puso al espectador en su lugar. Una cosa es que Edwards pueda ganarse el respeto de otros profesionales y otra que la comunidad afroamericana reciba un trato decente en general. Es esta cuestión la que permite que el séptimo episodio sea el mejor de la temporada, ni que sea porque tiene un argumento claro y todo gira a su alrededor durante 42 minutos con un ritmo vertiginoso. En los siguientes episodios, no obstante, ponen otra vez al espectador y sus expectativas en su lugar.
Esta es una opción muy respetable: los responsables tienen una visión y son fieles a ella. Además, permiten que echar un vistazo al principio del siglo XX sea fascinante con ese juego estético. La dirección visceral de Soderbergh y la música moderna de Cliff Martinez nos recuerdan en todo momento la crueldad de esa época, sobre todo porque nos obligan a compararla con la actualidad. No es ‘Anatomía de Grey’ ni es ‘Downton Abbey’ ni es nada que se emita ahora mismo en televisión, y esto permite que sea una ficción muy estimulante.
El número de espectadores que obtuvo no fue ningún game-changer. El volumen de abonados tiene bastante que ver y, más que demostrar que no había picado tanto la curiosidad, diría que evidenció que una transformación no sucede de un día para otro. Es evidente que un buen contenido puede girar la suerte de un canal pero por cada ‘Mad Men’ hay unos cuantos ‘Oz’. Sólo ellos saben, en realidad, las dinámicas de sus suscriptores, qué hábitos tienen dentro de su plataforma, qué pueden considerar un pelotazo y hasta qué punto las audiencias acumuladas son fiables o son personas que planchan con un episodio repetido de fondo.
Sea como sea, ‘The Knick’ tendrá bastante que demostrar cuando llegue la temporada de premios. Puede que nadie vea el canal Cinemax pero sí que todo el mundo conoce a Soderbergh y a Clive Owen, por lo menos los cientos de votantes de los Emmy. Rascar algo, ni que sea por respeto y por arriesgarse, sería un síntoma de éxito, una circunstancia que una serie como ‘Manhattan’ difícilmente conseguirá por pertenecer a un canal igual de poco popular, WGN America, pero sin contar con nombres tan famosos. Cuando llegue el momento veremos el peso de los apellidos Soderbergh y Owen.
Por el estreno de ‘The Knick’ ya comenté que tenía un valor prácticamente documental. Los doctores Thackeray y Edwards se inspiran en médicos que existieron y los guionistas Jack Amiel, Michael Begler y Steven Katz prestan mucha atención al detalle. Quieren retratarnos la época, contarnos su dureza y los personajes son herramientas que sirven a este propósito de forma consciente. A Thack, Edwards o Cornelia no les guían las manos de los creadores sino que son víctimas del entorno y de la época. Hay algo casi fatal en sus destinos porque sólo los controlan hasta cierto punto y ‘The Knick’ ya se encarga de que entendamos que su margen de maniobra es minúsculo.
De hecho, este drama casi nos hizo creer que podía emanciparse de las convenciones del momento. Cuando parecía que se marcaría un ‘Downton Abbey’ y apostaría por algunas actitudes anacrónicas por el bien de las tramas, puso al espectador en su lugar. Una cosa es que Edwards pueda ganarse el respeto de otros profesionales y otra que la comunidad afroamericana reciba un trato decente en general. Es esta cuestión la que permite que el séptimo episodio sea el mejor de la temporada, ni que sea porque tiene un argumento claro y todo gira a su alrededor durante 42 minutos con un ritmo vertiginoso. En los siguientes episodios, no obstante, ponen otra vez al espectador y sus expectativas en su lugar.
Esta es una opción muy respetable: los responsables tienen una visión y son fieles a ella. Además, permiten que echar un vistazo al principio del siglo XX sea fascinante con ese juego estético. La dirección visceral de Soderbergh y la música moderna de Cliff Martinez nos recuerdan en todo momento la crueldad de esa época, sobre todo porque nos obligan a compararla con la actualidad. No es ‘Anatomía de Grey’ ni es ‘Downton Abbey’ ni es nada que se emita ahora mismo en televisión, y esto permite que sea una ficción muy estimulante.
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