Érase una vez un niño llamado Ned que tenía un extraño poder: cuando tocaba a los muertos, estos revivían. Pero si los volvía a tocar... morían para siempre jamás. Debido al extraño poder, el niño creció siendo un chico muy introvertido y se conformó haciendo pasteles de todos los gustos y colores. Por lo menos hasta que conoció a Emerson (Chi McBride), especialista en cobrar recompensas por encontrar asesinos, y que encuentra una rápida utilidad a Ned (Lee Pace). Su parte del trabajo es fácil: tocar a los muertos, preguntarles quien les mató y volverlos a tocar. Aunque todo cambia el día que Ned debe preguntarle a Chuck (Anna Friel), su amor platónico infantil, quien la mató. Una vez ha hablado con ella, no puede volver a tocarla. Aún sigue queriéndola. Así Chuck se convierte en la tercera socia en discordia de tan peculiar sociedad. Pero todo tiene su precio: pese a estar enamorado, Ned jamás podrá volver a tocar a su amada. Porque si lo hace... morirá otra vez. Y esta vez para siempre.
Con esta premisa empieza Criando Malvas (Pushing Daisies), una serie que podría ser un cuento. Imaginativa y deliciosa, tiene una dirección artística de ensueño. La tienda con el toldo en forma de pastel, los campos amarillos de tantas flores que lo inundan, el aire sesentero de la estética (esos coches old-fashioned y futuristas del segundo episodio)... A veces parece un relato de Tim Burton (más cerca de Eduardo Manostijeras que de Sleepy Hollow). Con el afable trato a sus protagonistas, los pequeños matices que los caracterizan a cada uno, y con la impresión de ser un poco asociales y automarginados en un ambiente que no es el suyo (de sueños viven algunos). Y tanto Ned como Chuck podrían haber sido sacados del increíble mundo de Amélie Poulain. Con su timidez, su fragilidad, esa capacidad de crearse una realidad paralela... Aunque no sólo podrían haber sido sacados ellos del mundo de la señorita Poulain. También hay pequeños flashbacks, anecdotillas pasadas que van añadiendo, uno en uno, esos granitos de arena que ayudan a construir ese mundo mágico (mágico de encantador, de cuidado y de colorista). Y qué decir de tal romance, tan imposible e inevitable, con una química innegable y extravagante, hecha de algodón de azúcar. Porque todo en Criando Malvas es dulce, incluso en sus momentos más mórbidos.
Tanto azúcar en el romance, tanta ternura en cada imagen y tanto cariño hacia sus protagonistas no satura al espectador. Al contrario, configuran una encantadora propuesta que despega desde lo más alto. Un entrañable cuento burtoniano que, de seguir así, acabará convirtiendose en obra maestra y serie de culto. Porque de sueños viven algunos y este está muy cerca de convertirse en realidad.
Con esta premisa empieza Criando Malvas (Pushing Daisies), una serie que podría ser un cuento. Imaginativa y deliciosa, tiene una dirección artística de ensueño. La tienda con el toldo en forma de pastel, los campos amarillos de tantas flores que lo inundan, el aire sesentero de la estética (esos coches old-fashioned y futuristas del segundo episodio)... A veces parece un relato de Tim Burton (más cerca de Eduardo Manostijeras que de Sleepy Hollow). Con el afable trato a sus protagonistas, los pequeños matices que los caracterizan a cada uno, y con la impresión de ser un poco asociales y automarginados en un ambiente que no es el suyo (de sueños viven algunos). Y tanto Ned como Chuck podrían haber sido sacados del increíble mundo de Amélie Poulain. Con su timidez, su fragilidad, esa capacidad de crearse una realidad paralela... Aunque no sólo podrían haber sido sacados ellos del mundo de la señorita Poulain. También hay pequeños flashbacks, anecdotillas pasadas que van añadiendo, uno en uno, esos granitos de arena que ayudan a construir ese mundo mágico (mágico de encantador, de cuidado y de colorista). Y qué decir de tal romance, tan imposible e inevitable, con una química innegable y extravagante, hecha de algodón de azúcar. Porque todo en Criando Malvas es dulce, incluso en sus momentos más mórbidos.
Tanto azúcar en el romance, tanta ternura en cada imagen y tanto cariño hacia sus protagonistas no satura al espectador. Al contrario, configuran una encantadora propuesta que despega desde lo más alto. Un entrañable cuento burtoniano que, de seguir así, acabará convirtiendose en obra maestra y serie de culto. Porque de sueños viven algunos y este está muy cerca de convertirse en realidad.
2 comentarios:
Hola paisano,jeje, la verdad es que Pushing Daisies es diferente, muy colorido y bastante buena.
te invito a que conozcas mi blog.
Vaya, casi coincidimos en todo cuando hablé de esta serie en mi blog. La verdad es que es una maravilla, pero también una pena que la huelga de guionistas vaya a hacerle tantísimo daño...
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