El no miedo a volar (y a estrellarse)

Nunca he tenido miedo a volar. En cada despegue, me gusta sentir ese instante de ingravidez. Notar las vibraciones del avión y ese agradable nudo en el estómago al visualizar el aparato desde el exterior. Vuelo y, en el peor de los casos, tendré una muerte relativamente rápida. Estrellarse, en realidad y a la práctica, es una opción tan visualmente arrolladora que es inevitable planteármela. Pero, desde hace más de cuatro años, ya no es lo mismo. Estrellarse no significa la muerte, sino una nueva vida. De la misma forma que algunos rezan a Dios y esperan ir al cielo, yo rezo a Jacob en busca de cobijo en la isla

El misterio que se esconde entre los árboles del frondoso bosque me enganchó, desde el momento en el que Jack abrió los ojos. El monstruo de humo. El desconcierto. Sólo ver cómo sobreviven en Perdidos ya es una aventura. Sin precedentes. De la acción y el drama humano, a la ciencia ficción más pura. Y debo confirmar que el estreno de la quinta temporada fue más prometedor de lo que era capaz de imaginar. Volví a desorientarme. A quedarme boquiabierto ante los sucesos que ocurrían a Sawyer y a Juliet. A rendirme al hipnótico hechizo que ejerce sobre mí esa maldita isla.

Había temido, a tenor de la correcta cuarta temporada, que ese sueño consciente y profundo al que se entraba en cada episodio de los primeros años había terminado. La historia continuaba pero sin sentir la agobiante humedad de después de la tormenta, el hedor a sudor después de una larga travesía por el bosque y, sobretodo, el estar patidifuso ante esa realidad fragmentada, traidora y cautivadora. Eso era Perdidos, más que la historia. Porque, de momento y a falta de 30 episodios, aún está por escribir. Las palabras se han puesto encima de la mesa, cuál piezas de puzzle. Falta alguna. Y del orden dependerá la lógica de la narración. Luego vendrá la historia. Pero Perdidos va más allá: no depende tanto del contenido como de lo que experimenta el espectador al verla. Una sensación que iba más allá de los giros argumentales del cuarto año. El poder de atracción de la isla se diluyó.

Ahora ante el viaje sin rumbo fijo (y posiblemente letal) que experimentan los que viven en la isla, debo rendirme. En la cuarta temporada estábamos en la isla y mirábamos a fuera. Ahora es al revés. Y esta combinación, de la profunda desesperación por volver y de la inquietud de aquellos que han permanecido en la isla, ha vuelto el auténtico espíritu de Perdidos. Muchos no estarán de acuerdo en el bajón experimentado el año pasado, con epílogos demasiado tramposos y una falta de atención evidente hacia la isla (y demasiado latente hacia los secuaces de Widmore). Hay menos drama humano y mucha ciencia ficción. Pero sigue siendo Perdidos. Más que nunca o por lo menos como al principio. Vuelvo a sentir ese oscuro deseo de sentir la hierba tras de mi nuca. Notar la espalda dolorida y las piernas entumecidas. Y luego abrir los ojos en medio de un desconocido paraje boscoso con un curioso zapato colgando de la rama de un árbol.