Los espectadores se enojaron al aproximarse la cancelación y protagonizaron la revolución de los pintalabios, con envíos masivos de este cosmético a la NBC. En consonancia, Brooke Shields tampoco se quedó en silencio y aprovechó su perpetuo halo de casi-estrella para presionar a la cadena desde el The Daily Beast, de la mano de Candace Bushnell. Y la estrategia funcionó a medias: no lograron prorrogar su existencia, pero sí concluir Mujeres de Manhattan (Lipstick Jungle) con un final (feliz). En estos tiempos de puñaladas ejecutivas sin previo aviso, la resolución por lo menos ha sido respetuosa.
La trayectoria, en estos escasos veinte episodios, ha sido regular. Nunca alcanzó la superficialidad fashion, la intelectual sexualidad, ni los engrasadísimos guiones de Sexo en Nueva York, con la que siempre se la ha comparado, pero su resultado final ha sido muy superior a lo que se podía esperar. Y es que después de la serie de Sarah Jessica Parker, también llegó la saturación. Ese “women on top” que pareció exclamarse, acabó agobiando. Más que nada que, en realidad, ninguna de las propuestas que surgieron intentó ocupar el grandísimo vacío que dejó. Sólo quisieron aprovecharse de la ausencia y utilizar la referencia para promocionarse. Y los tacones de Carrie Bradshaw dejaron el listón muy alto.
Mejor les hubiera ido a los sucedáneos distanciarse públicamente en cuanto a concepto. Tanto Cashmere Mafia como Mujeres de Manhattan creyeron que había suficiente con unos zapatos bonitos y confidencias entre amigas para captar la misma audiencia que acudió en bandada a ver la película de Parker (y que protagonizó el primer taquillazo girlband power). Olvidaron que el éxito de Sexo en Nueva York residía en unos textos inmaculados, dignos de estudio, sin bajones y con unos personajes que acabaron siendo antológicos. Cashmere Mafia, en cuanto a concepto, ni le llegaba a las suelas de los Manolos. Mujeres de Manhattan por lo menos sirvió de aperitivo, aunque nunca quitó el hambre: no de sexo, ni solamente de amigas, sino de diálogos chispeantes acompañados de un buen cosmopolitan.
Mentiría, sin embargo, si dijera que Mujeres de Manhattan ha sido una mala serie. Inocentemente he disfrutado con los amables problemas culebronescos de tres actrices que se podría calificar en estado de gracia: Shields, Kim Raver y Lindsay Price funcionan a la perfección como trío de amigas. Desde el segundo episodio ya se perciben inseparables (si se pasa por alto que, siendo trabajadoras de enorme éxito y moviéndose por un terreno tan enorme como la gran manzana, consiguen ajustarse las agendas para verse tres veces al día). Pero le faltó osadía para erigirse en algo.
No hubo ni una trama que se descarrilase un poquito, ni una sola zorra se cruzó por sus caminos, ni un hombre las martirizó hasta decir basta. Ellas han vivido de una forma relativamente apacible. Y de la misma forma que ellas superaron con facilidad cualquiera de sus obstáculos y al cabo de un par de meses ya volvían a estar divinas, los espectadores superaron su marcha con el primer spot publicitario tras el plano final. No arriesgarse y buscar una identidad propia es lo que tiene.
La trayectoria, en estos escasos veinte episodios, ha sido regular. Nunca alcanzó la superficialidad fashion, la intelectual sexualidad, ni los engrasadísimos guiones de Sexo en Nueva York, con la que siempre se la ha comparado, pero su resultado final ha sido muy superior a lo que se podía esperar. Y es que después de la serie de Sarah Jessica Parker, también llegó la saturación. Ese “women on top” que pareció exclamarse, acabó agobiando. Más que nada que, en realidad, ninguna de las propuestas que surgieron intentó ocupar el grandísimo vacío que dejó. Sólo quisieron aprovecharse de la ausencia y utilizar la referencia para promocionarse. Y los tacones de Carrie Bradshaw dejaron el listón muy alto.
Mejor les hubiera ido a los sucedáneos distanciarse públicamente en cuanto a concepto. Tanto Cashmere Mafia como Mujeres de Manhattan creyeron que había suficiente con unos zapatos bonitos y confidencias entre amigas para captar la misma audiencia que acudió en bandada a ver la película de Parker (y que protagonizó el primer taquillazo girlband power). Olvidaron que el éxito de Sexo en Nueva York residía en unos textos inmaculados, dignos de estudio, sin bajones y con unos personajes que acabaron siendo antológicos. Cashmere Mafia, en cuanto a concepto, ni le llegaba a las suelas de los Manolos. Mujeres de Manhattan por lo menos sirvió de aperitivo, aunque nunca quitó el hambre: no de sexo, ni solamente de amigas, sino de diálogos chispeantes acompañados de un buen cosmopolitan.
Mentiría, sin embargo, si dijera que Mujeres de Manhattan ha sido una mala serie. Inocentemente he disfrutado con los amables problemas culebronescos de tres actrices que se podría calificar en estado de gracia: Shields, Kim Raver y Lindsay Price funcionan a la perfección como trío de amigas. Desde el segundo episodio ya se perciben inseparables (si se pasa por alto que, siendo trabajadoras de enorme éxito y moviéndose por un terreno tan enorme como la gran manzana, consiguen ajustarse las agendas para verse tres veces al día). Pero le faltó osadía para erigirse en algo.
No hubo ni una trama que se descarrilase un poquito, ni una sola zorra se cruzó por sus caminos, ni un hombre las martirizó hasta decir basta. Ellas han vivido de una forma relativamente apacible. Y de la misma forma que ellas superaron con facilidad cualquiera de sus obstáculos y al cabo de un par de meses ya volvían a estar divinas, los espectadores superaron su marcha con el primer spot publicitario tras el plano final. No arriesgarse y buscar una identidad propia es lo que tiene.
6 comentarios:
Bueno, al menos me solucionas la duda que tenía de si merecía la pena ver la segunda temporada.
Si han ligado el final la veré,jeje.
A mí me solucionas la duda, directamente, de si merece ver la primera temporada.
Nunca me gustó Brooke Shields (aunque decís que aquí tiene un pase) y siempre me horrorizó esa traducción del título original. "Lipstick Jungle" tenía muchísima más garra.
Yo estoy a medias de su segunda temporada y a mi no me esta disgustando, teniendo claro el tipo de producto que es y lo que ofrece... yo la terminaré de ver y fijo que hasta difruto con el final :)
missmole, pero puedes dar por supuesto que el final de esta serie no es que sea la mar de emotivo.
nahum, si te gustan los culebrones amables femeninos, adelante. Sino... pasa olímpicamente. Es una cuestión de gustos.
Harmony, el único problema que tiene la segunda temporada es que, con ganas de enganchar nuevos espectadores, pusieron el listón bastante bajo. Y, por miedo a no poder ligarlo todo al final, se quedan a medio gas en los últimos episodios.
Muy ajustado lo de "halo de semi-estrella". Es lo que tiene ser conocida por la rídicula The Blue Lagoon, unas pobladísimas cejas y un matrimonio fallido con un tenista. No obstante, Shields estaba estupenda en Suddenly Susan.La serie me encantaba... Tchau!
mira tu por donde nunca me habia planteado verla. ahora. menos.
Publicar un comentario