lunes, 16 de agosto de 2010

Una verdad incómoda (Ley y Orden I)

Si una palabra tuviera que describir cómo fue la llegada a la televisión de Ley y Orden, esta sería incómoda. No se había roto ningún molde, pues Dick Wolf lo había cogido prestado de Arrest and Trial, una serie fallida de los sesenta, pero su atrevimiento rápidamente se hizo un hueco en la historia de la tele. No había concesiones melodramáticas gratuitas, ni colegueo de comisaría y de máquina de café. Su intención fue, desde el primer al último episodio (y son 451), buscar los defectos, dilemas y dobleces de un sistema judicial y una sociedad que la observaban atentamente. Y esto, en la televisión de carácter generalista de principios de los noventa, era tan arriesgado como rodar Twin Peaks pero con dos enanos turbios.


La gracia no era adivinar quién era el asesino, sino cómo pagaría por sus crímenes y si podría escaparse del brazo de la justicia. Como diría una juez en su cuarto episodio, “la justicia ha llegado a tal extremo que parece que vaya a rastras y que beneficie a los culpables”. Pero los asesinatos eran cualquier cosa menos fáciles y cada vez que entraba un muerto en escena, al cabo de un rato también entrarían las dudas, las repercusiones del caso y nuestros propios dilemas.


Estas batallas internas, entre el bien (ética) y lo legal (derecho), las veríamos en cada matiz de sus protagonistas. Dos detectives, dos policías, y unas circunstancias personales que nunca veíamos pero que forjaban sus ideales a partir de bases distintas. Chris Noth era el liberal y su compañero George Dzundza sería el gruñón conservador. Y en la mesa del fiscal tendríamos, de manos de Michael Moriarty y Richard Brooks, la complicada decisión sobre si defender los intereses del pueblo, los de la ley o si guiarse por su propia moral a la hora de procesar a los delincuentes. Porque, como siempre la tuvimos tan a la vista, muchos no supimos apreciar que cada episodio era una magnífica hipótesis que nos lanzaban con fuerza y apuntando a nuestra conciencia. Pocas veces había una única respuesta correcta.


Al final de cada caso, los americanos leían en la pantalla que “cualquier similitud con la realidad sería una casualidad”, pero eso era para librarse de posibles querellas y la mayoría de los episodios se inspiraban en hechos verídicos y personas existentes (aunque a menudo era solo para la premisa y luego derivaban en una conclusión propia). De hecho, su filosofía llegaría a ser descrita como ‘ripped from the headlines’ (algo en parte literal, al tener titulares en algunas imágenes de los créditos iniciales) y el segundo episodio lo demostraría, la primera vez de cientos, con unos parecidos más que razonables con el caso de Bernhard Goetz (que llegará con el próximo post).

2 comentarios:

Iñaki Oyarzun dijo...

Muchas veces he tenido la oportunidad de ver esta serie, pero todas ellas he pasado de ella sin hacerle demasiado caso.

El primer motivo, sus interminables temporadas, es una serie muy larga y recientemente comenze con Urgencias (que voy en la 3 temporada de 15).

El segundo, el tema. No me atrae mucho especialmente este tipo de series.

Pero despues de leer el post la verdad es que me ha entrado curiosidad.

Crítico en Serie dijo...

Iñaki, sé que tienes la necesidad urgente de comprarla, que para algo eres comprador compulsivo, pero no sé si va a gustarte. Como he dicho, es una serie que no tiene tramas que continúen y se tienen escasos datos de los protagonistas. Pero si quieres ver algún episodio suelto... ¡claro que sí! Además, durante toda su historia tienen casos inspirados en hechos desconocidos para nosotros y otros que no tanto. Por ejemplo, hubo uno relataba una muerte parecida a la de Lady Di, otra que se inspiraba en el matrimonio de Kate y Jon de los realities americanos... Diría que cualquier suceso (sobre todo los americanos) tienen su pequeña traducción en esa serie.