Los anzuelos de Linden

De la AMC se espera que sus productos vayan más allá del simple entretenimiento. Que entiendan el medio televisivo como una plataforma para emitir obras artísticas audiovisuales. Mad Men, Breaking Bad y Rubicon son las culpables de que tenga esta preconcepción de qué deben ser las series de la cadena (The Walking Dead, que pudo serlo, se fue un poco por la tangente). Y The Killing, que llegó entre aplausos y ritos de adoración, tampoco está a la altura de lo que se esperaba de la cadena, por lo menos según mi opinión.

Las intenciones estaban allí y estuve en su estreno para unirme a las alabanzas. Era una serie sobre el asesinato de una adolescente y tenía una personalidad propia con la lluvia como robaescenas y un escenario un tanto deprimente, el dolor de telón de fondo (y con una Michelle Forbes humanizándolo a la perfección), con una capa de valor añadido como siempre le confiere poner una vertiente política al asunto y una detective protagonista que es la antítesis del prototipo comercial de mujer. Otra cosa es que estos elementos junto con un tono lúgubre y calmado, miel para los labios de los amantes del cable de calidad, hayan estado bien jugados. Al principio dudé y después me pasé al bando contrario.

Lo que me molesta es su afán de retener al espectador con los dos minutos finales de cada episodio. Como si viniera directamente de la escuela de Perdidos pero fingiendo estar a otro nivel, nos pone anzuelos cada semana sin que después sus resoluciones estén a la altura. Su esquema es tan predecible que hasta duele: cinco minutos resolviendo lo que sea que expusieron al final del anterior episodio, 35 minutos de... ‘avance’ y se guardan lo mejor para los cinco minutos finales. Y lo más ultrajante es que la mayoría de las veces estos giros se queden en algo completamente artificioso. ¿Cuántos ha habido que hayan tenido realmente importancia? Si echamos la vista atrás, la habitación de debajo del colegio y la de la fábrica han aportado más bien poco al relato. Artificio, sin embargo, mucho y esto me obliga a desconfiar de la serie de por sí. Tiene todas las formas de un producto de calidad del cable, pero al final del día tiene la misma integridad que otros tan vacíos como FlashForward o Persons Unknown.

El problema, sin embargo, puede que vaya más allá. Quizá al traducir el remake y situarlo en Seattle hubo matices que se perdieron por el camino. Aún me pregunto si la detective Linden, además de ser tan callada, chula y prepotente, también nos debería parecer entrañable pese a sus defectos (algo que en mi caso no ocurre); si el trío político tenía cohesión con el resto de la historia en su versión danesa y no parecía solamente una forma de rellenar metraje y permitir que el caso durara algo más que seis episodios (más allá de si al final tiene la clave del enigma); y si con la otra versión (que encima duró siete episodios más) los espectadores se sentían menos tontos mientras los distraían con pistas falsas.

Sea como sea, a tres episodios de terminar, no me convence. En realidad no escribo para decir que es mala; sencillamente no es para tanto y si estuviera en otro canal sería un loable intento pero bastante más irrelevante y vacío. Como he leído a alguien decir por ahí: “Es como un episodio de Ley y Orden extra-largo y más aburrido”. Eso sí, me quedaré hasta el final porque me gustan los productos de asesinatos y difícilmente los abandono antes de saber la identidad del asesino.