domingo, 11 de septiembre de 2011

Las vidas privadas de Scott y Bailey

La duración de las temporadas británicas puede ser una ventaja o una maldición. Muchos consideran que son demasiado cortas (entre los que me incluyo), pues seis episodios y esperar un año es una trastada, pero también pueden ser su salvación, más allá de si su autor ha podido escribir todos los capítulos o no. Scott and Bailey, por ejemplo, me ha gustado bastante y la considero bastante recomendable. Otra cosa es si hubiera sobrevivido a una temporada de unos trece episodios y ya no digamos de veintidós. Hubiera sido otra cosa muy distinta, claro que quizá también la hubieran escrito de otra forma.


Scott and Bailey como serie de seis episodios por temporada es muy correcta. Cuenta las pesquisas de dos detectives de policía que enfocan sus vidas privadas de dos formas muy distintas: Scott está casada, tiene hijas, es una mujer centrada y pone a raya sus sentimientos, mientras que Bailey es más pasional y tiene muy mal ojo a la hora de echarse novio. Y es por sus evoluciones en el ámbito personal que la serie vale la pena. Diane Taylor y Sally Wainwright planearon una evolución, sabían los puntos inflexión para justificar los cambios y eran consciente de a dónde querían llegar. Así se hacen las cosas.


Sin embargo, Scott and Bailey nunca hubiera sido lo mismo de tener una temporada un poco más larga por una razón muy clara: Taylor y Wainwright no tienen la misma maña escribiendo casos que perfilando personajes. Independientemente de que quisieran centrarse en lo personal, la investigación policial puede llegar a ser aburrida y da la impresión que los crímenes sobran. Ya sabemos que muchas series de casos utilizan éstos como pretextos para que avancen otras tramas, pero esto no justifica que se descuiden.


Suerte tienen, por ejemplo, de que Suranne Jones y Lesley Sharp sean muy solventes con sus personajes y consigan dar profundidad a sus personajes con una mirada, pero las responsables también tienen el talento de recrear una serie muy femenina sin caer en los clichés de ciertos personajes del género (modelos imposibles, reflexiones inútiles, cháchara jovial delante de cadáveres). Hasta la historia de Bailey, de premisa bastante ñoña, sabe engañar, desviarse y sorprender. Y sólo cuando se cierra la temporada con una escena simplemente genial (no puedo olvidar esas caras en la barra del bar), uno se puede dar cuenta de hasta dónde han llegado sus protagonistas y qué química han sabido crear. Ojalá todo hubiera estado a la altura, aunque ficharé para el segundo tomo (siempre y cuando Scott y Bailey sepan ser tan personales).

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