miércoles, 28 de noviembre de 2012

Las diez semanas de la revolución

Revolution ya ha entrado en su anunciado parón de cuatro meses. En vez de alternar arbitrariamente episodios originales con reposiciones como las demás series, estará en un hiato hasta finales de marzo, cuando volverá de la mano de The Voice. Más allá de si esta es una buena estrategia (yo sigo que sí porque las repeticiones desgastan las ficciones con tramas serializadas), ahora es el momento de hacer balance de cómo está funcionando la propuesta conceptualmente más ambiciosa de la televisión este año. Lo cual no era muy difícil, por otra parte.

La idea que primero me viene a la cabeza es que Revolution, si bien esperé a que arrancara, tiene tendencia a quedarse a medias en todos los frentes que abarca. Desde el inicio de la serie, donde nos presentaron a Charlie y a su tío Miles, no ha habido ninguna emoción, ni ninguna sorpresa. Eric Kripke nos presenta una aventura por un Estados Unidos donde la electricidad hace años que desapareció y, en lugar de descubrir un mundo nuevo, sólo hemos viajado por lugares comunes.

Cada giro de la trama se podía prever con antelación. No solamente porque si fichas a Elizabeth Mitchell ya sabemos que no será solamente para un flashback, sino en todo lo demás. Toda escena de tensión sabemos hacia donde conduce y exactamente cómo lo hará, qué papel jugarán los personajes episódicos y qué dirección tomarán los cliffhangers. Probablemente sólo hubo un shock en los diez episodios emitidos, el del bisturí de la madre. No todas las series se sustentan en el factor sorpresa pero, viendo cómo juegan sus cartas en Revolution, es bastante obvio que ellos sí lo intentan.

Si unimos esta carencia con una realización muy funcional, este drama se queda en un inofensivo high-concept. En cierto modo es una versión rebajadísima de The Walking Dead. Tiene una premisa que obliga a compararlas (seres civilizados se ven obligados a adaptarse a una sociedad mucho más primitiva), pero luego llegan los desenlaces episódicos y, por fiambres que dejen por el camino, escenas mal iluminadas (el tratamiento de la luz quita la crudeza a cualquier momento), falta de agallas y personajes sin carisma impiden que vaya a ninguna parte. Pongamos de ejemplo cierta muerte que debería habernos conmocionado un poquito y olvidamos en el arranque del siguiente episodio o el empeño que pone Kripke en vendernos al Sargento Strausser como un psicópata y lo poco temible que vemos de él.

Puede que la actriz Tracy Spiridakos sea menos abofeteable a medida que avanzan los episodios y que Billy Burke sea efectivo en su papel de viejo lobo solitario con un pasado oscuro, pero ambos tienen que lidiar con unos personajes arquetípicos que tienden a caer constantemente en los mismos errores o reacciones (ella no piensa demasiado, él finge sin mucha suerte que nada le importa). Son de un genérico que aburre. Y Giancarlo Esposito, actor mediocre donde los haya, más de lo mismo. Destacaría, además, su diálogo en la mid-season finale donde alardea de su posición en la nueva sociedad. Unas líneas bochornosas que prueban hasta qué punto Revolution es una serie de manual, donde todo se da tan masticado al espectador que pierde cualquier opción de ser estimulante.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estoy convencido de que este hiato de cuatro meses va a hacer que Revolution no pase de la primera temporada. Sólo hay que ver lo que el parón hizo con otras series 'high concept' como Flashforward o The Event. No creo que nadie la eche de menos.