Amanda Clarke es una mujer de objetivos. O tiene algo que hacer o se pierde en nimiedades. Ella necesita un nombre y apellido y su ingenio ya se las arreglará para arruinar su vida. La cuestión es llegar a casa, sentarse en el sofá con los pies encima la mesilla, coger una fotografía y poder tachar una cara con un rotulador rojo.
Victoria Grayson es otra que necesita estar en control de la situación. Pasó una etapa oscura en la que se encerraba en su habitación, bajaba a la planta principal de su mansión y subía corriendo tras perder alguna discusión con su marido. Pero ella no es así. Nadie la hace callar, va fantástica a las galas benéficas (o seguro que también cuando se cepilla los dientes a primera hora de la mañana) y siempre tiene algún comentario hiriente en la punta de la lengua. Bueno, y también se le da de fábula procurar lo mejor para sus hijos de forma retorcida, permitiendo que cada día estén más alejados de ella. El amor de madre es lo que tiene.
Cuando estas dos se cruzan, entonces los Hamptons ya son una fiesta. Corren los falsos cumplidos, las miradas desafiantes y las puñaladas traperas. No hay nada mejor que destruir al rival con una sonrisa en la cara. Y últimamente se encuentran muy a menudo. Ya sea porque Amanda se presenta a casa de Victoria (“Parece mentira, Emily, como siempre te cuelas en esta casa sin avisar”) o porque la élite local es reducida y transitan por las mismas celebraciones. Su afán por acabar la una con la otra, además, deja escenas memorables. Tiene que pasar mucho tiempo para que olvide los rápidos instintos de Amanda al lado de la piscina. Jackpot, chica.
Encima, está bien ver como una chica sin perspectivas como Charlotte encuentra su camino. Ella es la víctima de tanta víbora sin contemplaciones y, de tanto protegerse de su propia madre, se está convirtiendo en ella. Ya es toda una mujer, es la bastarda de un terrorista y duele verla en duelos con Amanda. Pero, a ver, es inevitable. Ella cree que la vecina intenta cargarse a su familia... y tiene razón. Vamos, que cada dardo envenenado hacia Amanda es merecido.
Y Nolan, al que mandaron a prisión, volvió y con las pilas cargadas. Amigo de sus amigos (o, mejor dicho, leal amigo de Amanda Clarke) y más gay que heterosexual, divierte mucho más fijándose en los hombres que en las mujeres. ¿Quién era esa nadie que le conquistó? No cuela, que le vimos con Tyler y sabemos que le va el sexo turbio con hombres.
Estos elementos son los que hacen que ‘Revenge’ valga la pena. Mike Kelley perdió el don de entretenernos con duelos de zorras y Sunil Nayar, el nuevo showrunner, ha vuelto al esquema inicial. Que siga así. Puede que el público americano ya no confíe en la serie tras la aburrida segunda temporada pero esta tercera apunta muy alto. Y Amanda, por suerte, apunta más bajo. Nada de macro-organizaciones: lo importante es destruir a los Grayson. Y, si alguien más se cruza por su camino, eso ya será de propina.
2 comentarios:
Lo siento a quien le moleste este comentario pero creo que esta serie no tuvo un inicio muy fuerte y poco a poco se ha ido apagando hasta hacer perder todo el interés, por lo menos para mi.
No hay más que ver las opiniones que se encuentran en Vayatele.
El problema que tuvo esta serie es que a mitad de camino se convirtió en otra, o más bien que Mike Kelley iba en modo "destroyer" hasta que la audiencia le garantizo el back-9 con vistas a segunda temporada. Ahí se enredó buscando tejemanejes oscuros para alargar el culebrón, y eso le sentó como a un tiro a la serie. No nos engañemos, Revenge nunca tuvo un argumento "high-end", lo que le iba es el culebrón sin complicaciones, y las peleas de gatas entre Emily y Victoria.
El comienzo de la segunda temporada fue penoso, pero me gustaría dar algo de crédito a Kelley, porque a lo largo de esta fue soltando lastre y personajes insustanciales, haciendo que (paradójicamente) los más cercanos se volvieran mucho más interesantes. Sunil Nayar en el fondo lo que está haciendo es continuar el juego con las cartas que Kelley le dejó en suerte.
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