Los nuevos tiempos. Ver la televisión ahora no es lo mismo que hace veinte anos, ni tan siquiera dos. Los espectadores están cambiando sus hábitos a toda prisa, los canales se quedan obsoletos porque actúan demasiado tarde y aún no sabemos hacia dónde avanzará la industria, porque no sólo de Netflix se puede vivir (y aquí, conociendo la actitud de los consumidores, ni tan siquiera se consolidará: nadie paga por algo que puede bajarse gratis). Esto en Estados Unidos se nota muchísimo gracias a los mecanismos de grabación y las plataformas de contenidos. Pero hay alguien que es la reina de esta generación 2.0, que combina la televisión convencional con estos nuevos hábitos del espectador. Su nombre es Rhimes, Shonda Rhimes.
Olvidémonos de ‘Anatomía de Grey’. Marcó una época y diez temporadas en antena a base de emparejamientos en la sala de descanso de un hospital tiene mucho mérito (suerte que nadie se ha atrevido a examinar esos colchones con una luz ultravioleta). Pero lo importante es ‘Scandal’, una serie que podría haberse cancelado tras su corta primera temporada y que tuvo una segunda solamente porque Shonda tiene mucho poder en el canal ABC. ¿Y qué hizo? Tirar la casa por la ventana, saltar tiburones, soltarse la melena y liarla parda. Se dio la bienvenida a ella misma en la nueva era.
Cuando escribió el drama médico, había suficiente con encariñar al espectador con un par de personajes potentes y ofrecer instantes románticos en un ascensor (bueno, y esos guiones funcionaban a la perfección, era una delicia ver cómo compaginaban casos y culebrón). Pero en la nueva era tocaba ser mucho más adictivo, darle sensación de mono al espectador. Al fin y al cabo, los canales de cable básico como AMC ofrecen prácticamente las mismas condiciones que las networks, las generalistas, y bien que en ese frente hay fenómenos. ¿Pero cuál es la diferencia fundamental? Las series de network deben enganchar de septiembre a abril con múltiples pausas, mientras que las de cable permiten un pacto menos exigente. Unos trece capítulos de media sin casi interrupciones, no os vamos a monopolizar la vida televisiva y encima ya sabéis que os damos lo que queremos. Una fidelización de marca (o presunción de calidad) que las networks no tienen.
Por esto Shonda fue muy, muy sabia y creó una serie muy social. El reparto de ‘Scandal’ disfruta compartiendo por twitter sus impresiones (de hecho, hacen quedadas para comentarla en directo) y el público se une llamándose a sí mismo #gladiators. Vamos, que el mayor enemigo de la televisión, el móvil, se convierte en una herramienta más para entretenerse durante el visionado. Y, lo más importante, Shonda ofrece multitud de instantes para compartir en las redes sociales y no da tregua. Escena, impacto, escena, impacto. La serie es histérica, en mi opinión es ridícula, pero funciona. Hasta muchos críticos pasan por alto todos sus defectos porque consideran que semejante ritmo y locura es loable. Bill Clinton la sigue y Hollywood está coronando a Kerry Washington como la reina de ébano de la industria.
Aquellos que creyeran, además, que la serie no podía tener cuerda para rato estaban equivocados. La tercera temporada, que la semana que viene vuelve de un parón, es todavía más esperpéntica. Los diálogos son rápidos, no descansan nunca, pasemos a la siguiente escena que el espectador podría aburrirse. Pim, pam, pim, pam. ¿Que hay anuncios? Pues quedémonos ante la tele, que está el twitter para entretenernos de mientras y mañana tenemos que comentarlo con los compañeros de trabajo. El sueño de todo directivo televisivo en una época en la que resulta casi imposible mantener la atención del público, sobre todo los jóvenes y aquellos con perfil 2.0. Y es obra de Shonda, esa mujer que convirtió su fantasía sexual (enrollarse con el presidente de EE.UU.) en un fenómeno.
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