lunes, 31 de marzo de 2014

Los que se pasan de la raya en Philadelphia

Cuando me toca ver televisión, hay una pirámide de prioridades y, por mala suerte, algunas series siempre están debajo de todo y me cuesta mucho llegar a ellas. A veces es una cuestión de temática (no me interesa, por lo tanto la ignoro) y otras de repercusión mediática (si nadie se fija en ellas, no hay prisa). Pero ante mis problemas por encontrar nuevas comedias que valgan la pena (‘About a Boy’ no es la respuesta que estaba esperando), opté por comenzar ‘It’s Always Sunny in Philadelphia’, que lleva casi diez años en antena y que tiene poquísima repercusión.

La serie, como imaginaba, gira en torno a un grupo de amigos bastante despreciables. Es un género que no me entusiasma, más que nada porque la antipatía suele despertarme antipatía (no, no soy de esos que disfrutaban con Steve Carell en ‘The Office’ y sería incapaz de encontrar a ese tipo entrañable). Pero me he llevado una sorpresa al ver el nivel de cinismo que alcanza ‘It’s Always Sunny’. Al ver su sentido del humor, que se pasa cuatro pueblos en cada episodio, me sentí como en familia. No es que viva rodeado de perdedores como los protagonistas pero lo políticamente incorrecto nos atrae demasiado como para no soltar bestialidades de vez en cuando.

‘It’s Always Sunny’, que por aquí se estrenó como ‘Colgados en Philadelphia’, sigue a cuatro amigos que llevan un pub irlandés y el padre de uno de ellos (un Danny DeVito que metieron en la segunda temporada para darle notoriedad). Y Mac, Dennis, Sweet Dee y Charlie tienen un talento innato por convertir cualquier situación honesta o intento de buena acción en un esperpento de despropósitos. Ellos son escoria humana y, por más que procuren superar moralmente a sus prójimos, siempre acaban retratándose como los seres despreciables que son. Bueno, tampoco es que sean el Anticristo pero tienen la horrible costumbre de servir de malas influencias del otro, aunque la intención inicial fuera decente.

La primera temporada, por ejemplo, es un festival de inmoralidad y da la impresión que Rob McElhenney (que también es uno de los protagonistas) quería superarse en todos y cada uno de los episodios. Sólo hace falta ver los títulos de los episodios: ‘The Gang Gets Racist’, ‘Charlie Wants an Abortion’ (donde fingen ser anti-abortistas para ligar con cristianas fundamentalistas) o ‘Charlie Has Cancer’ (descubren que el cáncer es una buena técnica para ligar). Por no hablar que también bromean con tramas acerca de abusos infantiles, parafernalia nazi o la venta de armas. Todo lo intocable, todo lo que sea de mal gusto, hay que manosearlo.

En este aspecto resulta muy refrescante. Es una comedia muy barata (dicen que su piloto costó 85 dólares porque los protagonistas eran amigos y grabaron con una cámara cualquiera) y se permite ciertas libertades que generalmente sólo se conceden a ficciones animadas como ‘Padre de Familia’. Los diálogos tienen chispa, los personajes están muy bien perfilados y explotan las tramas con mucha originalidad. Nadie imagina, por ejemplo, que ir a visitar un abuelo moribundo servirá para descubrir que ese vejestorio es un nazi. Y su obsesión por superarse tampoco les ciega: les gusta pasarse de la raya pero, cuando lo hacen, es porque tienen un guión que apoya esas bromas (una lección que los Griffin podrían aprender).

No hay comentarios: