Los docurrealities son un género bastante denostado por la obsesión de algunos de sus protagonistas de ganar notoriedad y por la desconfianza que despierta esa supuesta realidad. Hay guionistas que planifican los encuentros (no es normal que se inviten a tantas fiestas las chicas de ‘The Real Housewives of Beverly Hills’), a veces directamente representan anécdotas pasadas como en el caso de ‘Duck Dynasty’ y otras los personajes se imponen llamar la atención.
Ellos, al igual que ocurre con las series de televisión, dependen de la audiencia y saben que necesitan tramas y enfrentamientos que generen interés y repercusión. Muchas veces esta percepción también influye en los sueldos que reciben y sino sólo hay que recordar los chicos de ‘Jersey Shore’: Snooki, The Situation y Pauly D llegaron a doblar el sueldo de sus compañeros por la única razón que eran más populares. De aquí que siempre existan discusiones sobre hasta qué punto se trata de realidad y ficción, y el debate sería eterno. ¿Es realista el programa ‘Keeping up with the Kardashians? A bote pronto diría que no. Pero cuando conviertes tu vida en un programa y giras en torno al drama televisivo (siempre buscando contenidos y tonterías para llenar minutos), entre todas esos elementos que conviertes en tu vida y los detalles que pueden filtrarse, algo de verdad hay (ni que sea lo tremendamente inútil que es Robert, el hermano).
Hasta yo, fan absoluto de ‘The RH of Beverly Hills’, me planteo hasta qué punto las reacciones de todas las mujeres de bien son honestas o buscan audiencia (recordemos que las ubiqué en el tercer puesto de lo mejor de 2013). Pero, sea como sea, sus enfrentamientos siempre son muy entretenidos y siempre se cuela alguna dosis de realidad: ya sea en forma de divorcio, suicidio o filtraciones en los tabloides que luego afectan el metraje. Por no hablar de aquello que representan socialmente y las lecturas que se pueden sacar de su visión de Hollywood. Esta cuarta temporada, por ejemplo, hemos visto la destrucción de una abeja reina y de cómo otra intentaba ocupar su lugar (pura sociología), y es muy interesante ver cuanto distan las imágenes que intentan vender de ellas mismas y las que el programa acaba ofreciendo.
Pero también hay programas que, ni que sea contra pronóstico o a modo de rareza, resultan totalmente auténticos. En esta línea va el reality ‘Lindsay’ que sigue a Lindsay Lohan, la niña prodigio que acabó fichando cada dos por tres en comisaría y centros de rehabilitación. Su instigadora es Oprah Winfrey y es demasiado lista como para meter una versión ficcionada de la actriz. En lugar de esto, la reta a llevar las cámaras a cuestas y explicar su proceso de superación de alcohol y drogas.
No hay encuentros planeados para tener drama, ni tampoco tiene personajes secundarios en nómina, lo cual significa que algunos espectadores se sentirán decepcionados por la falta de tramas y alivios cómicos. Pero resulta muy honesto porque la pantalla muestra una muñeca rota cuyos rasgos (los labios hinchados, las arrugas de mala vida) se contradicen con sus confesiones. Y es descorazonador ver como esa chica, a la que vimos crecer, se echó a perder. Sobre todo porque, por más que diga y tenga buenas intenciones, da la impresión que es demasiado tarde para ella y que la recaída sólo es una cuestión de tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario