‘Big Brother Canada’ y ‘Big Brother US’ sí, ‘Gran Hermano’ no. ¿Cómo se puede entender esto? ¿Es simple hipocresía? ¿Estoy tan obsesionado con la industria del entretenimiento americana que acepto cualquier cosa que emiten en su televisión mientras ignoro lo de aquí? No, señores, son programas distintos. El de Norteamérica es una competición con un claro factor trash mientras que el formato español es... Mercedes Milá, Mercedes Milá y mucha, mucha más escoria.
Como podéis imaginar, ayer decidí ver la gala inicial de ‘Gran Hermano’. Hacía tanto tiempo que no veía el programa de Endemol que pensé que estaría bien ver cómo había evolucionado el formato. Un grupo de extraños entra en una casa para ver quien se lleva un premio en medio de tarados mentales. ¿Las reglas? Se las inventa el programa sobre la marcha. Si en Estados Unidos vieran la informalidad y las trampas que se marcan en Telecinco, considerarían que los pucherazos de la versión americana son un inofensivo juego de niños.
El nivel de los concursantes, como cada año, es lamentable. El responsable de cásting no cree posible encontrar una chica mona que no parezca estúpida de remate (la attention-whore catalana, las chumba-chumba de Albacete), hay un guiri que ni sabe qué pinta allí, un par de futuros tronistas de ‘Mujeres y hombres y viceversa’, otra concursante que supuestamente nos mostrará que puede ser musulmana y moderna (cuando mencionan su religión, ese es su cometido inicial) y unos cuantos adultos agradecidos. ¿Cuánto tiempo estarán? Ni idea. ¿Cómo funcionarán las nominaciones? ¡Sorpresa! ¿Pero hay algún tipo de plan? ¡Déjate de formalismos que ha entrado Mercedes!
La obsesión de esta mujer por ser el centro de atención es digna de análisis pero no aquí, sino en un diván y en manos de especialistas. Si ella quiere, que televisen sus sesiones para quedarse más tranquila. Porque todo gira alrededor de Mercedes. ¿Eres gallego? Pues como mi amiga la ministra. ¿Habéis visto que mi camisa brilla? Pues esperad que me superaré en las próximas semanas. ¿Y os ha quedado claro que lo más fuerte y novedoso es que YO entro en la casa?
Lo más divertido era escuchar a Mercedes decir que el formato se ha emitido en ochenta países, que llevan centenares de ediciones y que nunca jamás un presentador ha entrado a convivir con los concursantes. Para ella se trata de una novedad mundialísima, hace que España sea la cuna de ‘Gran Hermano’ y, por lo tanto, ella es el Mesías. Pero no, Mercedes, ningún presentador entra en ‘Gran Hermano’ porque ellos entienden que el programa no es sobre ellos y tú no. Pero ‘Gran Hermano’ está a medio paso de llamarse ‘Gran Mercedes’ en la próxima decimosexta edición: ella se quedaría tan ancha (y con su ego bien alimentado) y encima los fans la aplaudirían.
Pero lo que menos comprendo de ‘Gran Hermano’ es cómo la gente ve las interminables galas y se siente satisfecho con la falta de ritmo, la excesiva repetición de información (no necesito saberme la vida y milagros de la Rubia, una maldita cabra) y las sorpresas fallidas. Incluso el taxista más tonto de Madrid hubiera sospechado que era concursante y las mujeres de la limpieza ni tan siquiera fingierno que no se lo esperaban (en Estados Unidos por lo menos tienen el suficiente sentido del espectáculo de gritar y llorar de la emoción aunque lo intuyan). Por no hablar del anuncio de que Mercedes Milá entraría: avisar a los concursantes antes del suceso fue muy anti-televisivo, como parando el golpe.
Ya puestos que todo es basura (aunque ella todavía se imagina escribiendo libros de sociología) por lo menos podría ser buena presentadora. Pero ni eso.
Como podéis imaginar, ayer decidí ver la gala inicial de ‘Gran Hermano’. Hacía tanto tiempo que no veía el programa de Endemol que pensé que estaría bien ver cómo había evolucionado el formato. Un grupo de extraños entra en una casa para ver quien se lleva un premio en medio de tarados mentales. ¿Las reglas? Se las inventa el programa sobre la marcha. Si en Estados Unidos vieran la informalidad y las trampas que se marcan en Telecinco, considerarían que los pucherazos de la versión americana son un inofensivo juego de niños.
El nivel de los concursantes, como cada año, es lamentable. El responsable de cásting no cree posible encontrar una chica mona que no parezca estúpida de remate (la attention-whore catalana, las chumba-chumba de Albacete), hay un guiri que ni sabe qué pinta allí, un par de futuros tronistas de ‘Mujeres y hombres y viceversa’, otra concursante que supuestamente nos mostrará que puede ser musulmana y moderna (cuando mencionan su religión, ese es su cometido inicial) y unos cuantos adultos agradecidos. ¿Cuánto tiempo estarán? Ni idea. ¿Cómo funcionarán las nominaciones? ¡Sorpresa! ¿Pero hay algún tipo de plan? ¡Déjate de formalismos que ha entrado Mercedes!
La obsesión de esta mujer por ser el centro de atención es digna de análisis pero no aquí, sino en un diván y en manos de especialistas. Si ella quiere, que televisen sus sesiones para quedarse más tranquila. Porque todo gira alrededor de Mercedes. ¿Eres gallego? Pues como mi amiga la ministra. ¿Habéis visto que mi camisa brilla? Pues esperad que me superaré en las próximas semanas. ¿Y os ha quedado claro que lo más fuerte y novedoso es que YO entro en la casa?
Lo más divertido era escuchar a Mercedes decir que el formato se ha emitido en ochenta países, que llevan centenares de ediciones y que nunca jamás un presentador ha entrado a convivir con los concursantes. Para ella se trata de una novedad mundialísima, hace que España sea la cuna de ‘Gran Hermano’ y, por lo tanto, ella es el Mesías. Pero no, Mercedes, ningún presentador entra en ‘Gran Hermano’ porque ellos entienden que el programa no es sobre ellos y tú no. Pero ‘Gran Hermano’ está a medio paso de llamarse ‘Gran Mercedes’ en la próxima decimosexta edición: ella se quedaría tan ancha (y con su ego bien alimentado) y encima los fans la aplaudirían.
Pero lo que menos comprendo de ‘Gran Hermano’ es cómo la gente ve las interminables galas y se siente satisfecho con la falta de ritmo, la excesiva repetición de información (no necesito saberme la vida y milagros de la Rubia, una maldita cabra) y las sorpresas fallidas. Incluso el taxista más tonto de Madrid hubiera sospechado que era concursante y las mujeres de la limpieza ni tan siquiera fingierno que no se lo esperaban (en Estados Unidos por lo menos tienen el suficiente sentido del espectáculo de gritar y llorar de la emoción aunque lo intuyan). Por no hablar del anuncio de que Mercedes Milá entraría: avisar a los concursantes antes del suceso fue muy anti-televisivo, como parando el golpe.
Ya puestos que todo es basura (aunque ella todavía se imagina escribiendo libros de sociología) por lo menos podría ser buena presentadora. Pero ni eso.
1 comentario:
Y en América critican a Julie Chen, que a mí me encanta porque sabe siempre mostrarse ajena a lo que sucede en la casa, con un punto de ironía que aquí falta.
Pero está claro que lo que en USAlandia es un juego de estrategia (a veces fallida por previsible, como este año), aquí sigue siendo un freakshow.
(Big Brother Canada no lo he visto nunca... ¿Hay voto del público o es cómo en el USA?)
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