El lustro de los Winchester

El destino de Sam y Dean Winchester nunca fue un camino de rosas. Tampoco lo fue para el espectador. Primero era una serie dirigida a un público joven bastante aficionado al cine de terror y los lugares comunes como las casas encantadas, posesiones y efectismos del género. Sin embargo, de fondo se fue perfilando un gran relato, que al principio eran migajas insignificantes hasta que el creador, Eric Kripke, entendió cuáles eran los puntos fuertes y empezó a darle forma al contenido. Así surgió Supernatural (o al menos el Supernatural que era algo más que dos tíos buenos peleando día sí y día también).

Con la desaparición de un esquema bastante rudo de “monstruo de la semana y una discusión sobre quién era el hijo predilecto de papá” (que siguió pero más sofisticado y justificado), la serie saltó a otro nivel. Tuvo el coraje de decir alto y claro que quería contar la lucha definitiva entre el bien y el mal, el gran relato por antonomasia, bajo la premisa de que los Winchester tenían un papel fundamental en el desenlace de la humanidad.

Lo mejor es que, por licencias que se tomaran sus guionistas, consiguió encontrar un tono entre trascendente y cómico. Las citas bíblicas y cultura religiosa en general, a veces anecdótica y a veces más elaborada, no cantaban y por cristiana que fuera su premisa no aleccionaba. Casi se podría entender como la serie que un ateo o agnóstico interesado en el tema podría escribir. A su vez, cuando decidieron ir a por todas, tampoco renunciaron a las licencias irónicas y al humor. Eso sí, por regla general me quedo con los episodios más bien serios con puntos cómicos, que los únicamente cómicos (Dean Winchester puede tener unos one-liners bastante infantiles).

La serie se consolidó, sobre todo, por las capas que había en cada episodio. No se trataba únicamente de avanzar poco a poco en un arco mitológico, sino que ganaba en profundidad e intensidad al empezar los casos o bien con un conflicto fraternal previo o con un objetivo claro que iba más allá de si tenían que matar un ser sobrenatural. Las interacciones dejaron de ser meras reprimendas para ser consecuencia de algo en concreto, los personajes tenían las emociones a flor de piel porque eran conscientes de su papel (que les venía grande) y encima el relato fluía. Requería de bastante fe por parte del espectador, que tenía que aceptar ciertas argucias argumentales para que los dos hermanos pudieran seguir con vida, pero igualmente no parecía que estuvieran traicionando sus propios ideales, en ningún aspecto (y con ello englobo a Ruby y su curiosa condición y deriva).

Su mayor problema, no obstante, dicen que es no haber acabado al cierre del ciclo, al que le echaría en cara no haber sido más intenso en su tramo final. Igualmente el camino fue muy grato a partir de la segunda temporada y llegando a su apogeo en su tercer, cuarto y quinto año. Fue en esta etapa cuando entendí porqué sus defensores decían que era una de las mejores series de la actualidad y hasta podría unirme a los halagos. Todo aquello que se le podría reprochar tendría bastante que ver con el público al que va dirigido, el juvenil, pero diría que la construcción del relato fue muy entretenida, siendo mucho más importante disfrutar durante el camino que el desenlace, y encimas tuvo unas formas impecables. A día de hoy aún no entiendo cómo puede estar tan bien rodada y producida.

(Ahora me toca adentrar en la etapa oscura, esa sexta temporada donde el mundo de los fans se vino abajo. Tendréis noticias mías.)