El mayor problema de las series de adolescentes es que no están bien escritas y ni tan siquiera se plantean que su público merezca cierta consideración. Sólo hace falta ver cómo una serie británica como Skins o las americanas Awkward y Friday Night Lights se han podido elevar por encima de la despreciada etiqueta teen por entender la psicología de unos personajes que, a pesar de ser menores de edad, nunca han sido despreciados. Al contrario, supieron entender la profundidad y los matices de los conflictos de sus protagonistas y así pudieron elaborar unos retratos coherentes. Que mucha gente es como Peter Pan y, al hacerse mayores, olvidan lo difícil que podía ser crecer.
Puede que la serie O.C. nunca estuviera a la altura de los ejemplos mencionados pero siempre consideré que la trágica Marissa Cooper expresaba bastante bien las inseguridades de la edad, los excesos a los que uno se puede sentir abocado y la incapacidad de enfrentarse adecuadamente a los obstáculos de la vida. Por esta razón, porque adoraba su adicción a la bebida y sus constantes desviaciones del camino correcto, hace cinco años me esperancé al ver que el creador de la serie, Josh Schwartz, volvía al mismo género con un drama titulado Gossip Girl que esta semana ha emitido su episodio número 100, una cifra nada despreciable.
Sin embargo, al ver el episodio, es inevitable sentir algo de desprecio por una serie que se equivocó de filosofía desde el primer episodio hasta su centenario. Narrando los conflictos de la élite social de los adolescentes de Manhattan, Gossip Girl siempre se equivocó de público. Proyectó todos las frustraciones de los niños grandes pijos, que aún se imaginan marginando al prójimo y mirándole por encima del hombro; ignoraron la esencia de los personajes desde el inicio (sólo hace falta fijarse en la conciencia de todos ellos, variable e inconstante como pocas veces se ha visto y cómo su protagonista jamás ha tenido personalidad); y la escribieron pensando que su público no se merecía unos mínimos a la hora de llevar a cabo los arcos argumentales.
Parecerá que soy un exagerado, pero Gossip Girl bien podría haber sido Revenge, el culebrón revelación de esta temporada. Al fin y al cabo, ambas empezaron retratando el auge y caída de distintas abejas reinas. Pero, pensando que estaban en un género menor para un público menor, era imposible que saliera algo decente. De aquí que defienda The Vampire Diaries (que está en la misma cadena) a capa y espada: queman una trama bien planeada en cada episodio y, mientras nos lo muestran, exploran matices muy humanos en sus protagonistas (la carga de hacerse mayor, la soledad del proceso, la intensidad del primer amor).
Lo que evidencia el truco para hacer una buena serie para adolescentes: saber qué se quiere contar y acordarse de que existen unos personajes con unas complejidades y dilemas. Porque, mientras se les trate como retrasados impresionables, difícilmente conectarán con estos productos y Gossip Girl, por más hype que tuviera, siempre estuvo a años luz de su público.
1 comentario:
Ya, pero vaya... en dos palabras: guilty pleasure v_v
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