Los presos con sello

Este otoño hubieron muchas más propuestas interesantes de las que podíamos creer a simple vista en las networks americanas. Dudo que alguien hubiera puesto la mano en el fuego por un culebrón como Revenge, que ha resultado ser la sal de la vida, o Once Upon a Time, que es una producto tan inofensivo como encantador. Pero algo que no hemos tenido han sido series que aparenten ser caras. Que tengan un nivel de producción que nos dejara con la boca abierta (o de esos que permiten a ciertos espectadores decir que “parece cine”). Hasta que llegó J.J.

No quiero entrar en un debate sobre el sello de J.J. Abrams en televisión porque a estas alturas diría que está bastante claro cómo funciona (si nos olvidamos de Undercovers). Nos vende obras con toques de ciencia ficción, plagadas de giros argumentales que nos dejan de vez en cuando con la boca abierta y los episodios están bien hechos. Son series bien dirigidas, con unos efectos conseguidos, una fotografía palpable y que ayuda a crear una atmósfera muy suya, con un buen cásting y la huella de Michael Giacchino, cuya música da luz y sombras a cada escena. Cuando puede, claro, que a veces debe adaptarse al modelo de la cadena (Person of Interest en CBS). ¿Y todo esto a que viene? Pues a que da gusto ver Alcatraz.

Su caso es curioso. Tuvo tanto y tanto hype por ser de quién era que, cuando le llegó la hora de emitirse, todo el mundo seriéfilo ya desconfiaba de ella. Yo el primero. Pero mi primera impresión no fue solamente que era un placer para la vista (esa San Francisco de fondo, unos flashbacks fantásticos), sino que parecía querer adoptar un nuevo modelo, el que primero creímos que ejecutaría Fringe y que Abrams exploró durante cinco temporadas con Alias: una serie de casos con una trama horizontal.

En Alcatraz, la detective Madsen (Sarah Jones) se une a una brigada secreta del FBI comandada por Emerson Hauser (Sam Neill) que captura antiguos prisioneros de la aislada cárcel de San Francisco, que desaparecieron inexplicablemente en 1963 en un incidente que fue encubierto por las autoridades. Pero lo más inquietante es que, cuando reaparecen cincuenta años después, los reclusos no han envejecido ni un sólo minuto y, como sospecha Hauser, tienen una agenda secreta.

La pregunta que debemos hacernos es si esta premisa, que recuerda bastante a Los 4400 (pero siendo todos unos asesinos), será utilizada con tacto o será exprimida, evolucionando y convirtiéndose en una serie mucho más complicada y serializada. De momento, en dos episodios ya han revelado unos cuantos apuntes bastante intrigantes. Sin embargo, a tenor del rápido desgaste de Fringe, me extrañaría que la Fox no hubiera avisado de antemano a los creadores, una Elizabeth Sarnoff salida de la escuela de Perdidos (y Deadwood y Crossing Jordan) y Bryan Wynbrandt y Steven Lilien que anteriormente han trabajado en un producto de ciencia ficción de cariz mucho más ligero como era Kyle XY.

Pero, como nunca me han molestado los procedimentales de calidad, no me importa demasiado si deciden quemar cartuchos o se toma su tiempo resolviendo crímenes semana sí y semana también. Siempre que mantengan así de elevado el listón y sea tan entretenida, seria, misteriosa y explote todo el potencial que tiene, claro.