domingo, 29 de junio de 2008

Palm Springs: Una propuesta veraniega

Cuando se trata de la televisión, el verano siempre es época de sequía. Si por regla general ya son pocas las series que llegan a la pantalla, este año con la huelga de guionistas el resultado ha sido catastrófico: Swingtown o In plain sight son de las pocas nuevas producciones que se podrán ver. Es por esto que, puestos a hablar de las propuestas veraniegas, rescato de entre el olvido Palm Springs (Hidden Palms), una fallida serie de adolescentes que apuntó ciertas maneras en junio del año pasado.

Primero de todo, ahora es un buen momento para redescubrir esta serie porque es verano y, ya desde el episodio piloto, nos encontramos en esta estación, con un calor sofocante en el que ponen énfasis, muchas escenas en la piscina y muchas horas libres para los jovenzuelos de una urbanización perdida en medio del desierto.

Todo empieza cuando John (Taylor Handley, el inquietante Oliver de O.C.) se traslada a Spring Palms, un tranquilo barrio donde su madre espera que se recupere del suicidio de su padre y de su adicción al alcohol. Allí todo parece perfecto: siempre hace sol, el dinero les sale por las orejas y no hay mayor preocupación que acudir a la piscina y a fiestas. No obstante, la visión rápidamente se desmorona cuando se entera de que duerme en la habitación donde murió un chico en extrañas circunstancias: el exmejor amigo de su vecino de delante y exnovio de la guapa y misteriosa Greta.

Quizás porque echaba de menos las series de adolescentes que no tratan al espectador como si fuera memo (¿Gossip Girl?) o los asesinatos por resolver a largo plazo (¿dónde estás Veronica Mars?), Hidden Palms me ha parecido una propuesta casi decente. Desde un principio uno se queda intrigado con la situación y se crean unas expectativas que, desafortunadamente, no se cumplen.

Entiendo que el protagonista, John, no sea un profesional (volvamos a echar de menos a Veronica) y que siendo fieles a la realidad no se puede esperar que un adolescente vaya resolviendo asesinatos, pero ¿es necesaria tanta ineptitud? ¡Esto es ficción! No se puede ir diciendo a los sospechosos cada uno de los movimientos, ni dejar entrever todas tus opiniones.

Por otra parte, tampoco culpo de pretenciosa a Palm Springs por el ortopédico primer episodio: está bien apostar fuerte e intentar otorgar seriedad a un producto de estas características. ¿Que quizás la presentación de Greta es del todo artificial y que los personajes casi no avanzan desde su presentación? Pues sí, pero, siendo realistas, tampoco tenemos nada auténticamente digno de mención con que compararla.

Además, como la serie no acabó de cuajar se quedó con sólo ocho episodios. ¿La buena noticia? Consigue tener un final y, de haberla alargado más, se hubiera aquejado seriamente. Lo único que interesa (porque así lo quisieron) era el misterio del chico muerto. Mejor no imaginarse como hubieran seguido después de haberlo resuelto. Y como apunte anecdótico, sirve de excusa para recordar esa gloriosa época en la que las series tenían unos buenos títulos al principio. ¿Dónde fueron a parar?


Ver Hidden Palms es muy fácil. De no haber sido por Xtarlings seguramente no la habría visto. Este bloguero puso en su página web los ocho episodios en descarga directa. Así que, si te interesa, ¡ya sabes!

viernes, 27 de junio de 2008

Dexter: El antihéroe catapultado al estatismo

Los amantes de las series giraban entorno a esta noticia: por fin Dexter ha llegado a Cuatro. Pese a estar informado de las múltiples nominaciones que ha ido recolectando y de ser consciente de la legión de seguidores que ha encontrado por internet, llegué virgen al visionado. Y qué voy a decir, poco acorde con lo que se haya dicho. Estaba dispuesto a asumir mi error al no darle una oportunidad antes. Avisé a la gente de que no se podían perder esta cita. Y cómo me arrepentí después, al ver que tendría que rendir cuentas con mis conocidos.

En parte me lo temía. Esta producción de la cadena de pago Showtime tenía todos los ingredientes para ser interesante, pero como me sucedió con otra serie del canal, la sobrevalorada Weeds, me hallé ante una buena premisa exprimida sin ningún tipo de gracia y buscando el escándalo fácil (juntamente con algún que otro bostezo).

Dexter (Michael C. Hall) es el psicópata de psicópatas: el nuevo antihéroe. Es un tipo que, de no saber que no tiene sentimientos y que se dedica a destripar en sus horas libres, caería la mar de bien. Y aquí acaba la gracia del asunto. ¿Qué atractivo tiene alguien que ya sabes que no va a sufrir y que te da igual, por ejemplo, que le maten a la hermana? La única lectura positiva que se puede extraer de la serie es metatelevisva: gracias a Dexter y a House se ha podido descubrir que la sociedad está llena de instintos sadomasoquistas reprimidos.

Sin embargo, no toda mi crítica se basa en mi falta de empatía con el protagonista, que no despierta ningún tipo de interés más allá de los primeros cinco minutos de metraje. Básicamente todo lo que rodea a Dexter Morgan carece de lógica. Ni la muy justa hermana cuela como detective, ni el trato que recibe el antihéroe por parte de un compañero, que se dedica a insultarlo sin motivo, parece creíble, ni se sabe exactamente cual es el leimotiv que hace avanzar el episodio. Después de ver los dos primeros emitidos por Cuatro llegué a la conclusión que ni ellos mismos deben saber cómo desarrollar a un personaje al que parecen haber catapultado al estatismo.

Si alguien esperaba toparse con un sujeto digno de reflexión, que se deje de series y se vaya a una tienda en busca de Mr. Brooks. Esta película protagonizada por Kevin Costner, William Hurt, Demi Moore y Marg Helgenberger (la Catherine Willows de CSI) sí que discursó sobre la psique de los asesinos de forma estimulante. Las discusiones entre Brooks (Costner), un modélico miembro de la sociedad, y su alter-ego psicópata (un magnífico y a la vez repugnante Hurt) plantearon un dilema moral mucho más completo, lejos del efectismo que propone Dexter y cuya profundidad sólo depende de los cortes que practica en sus víctimas.

miércoles, 25 de junio de 2008

Estrenos USA: Swingtown, ¡Cambio de pareja!

En las librerías apareció hace poco uno de los últimos vestigios de la represión sexual. Como relata Ian McEwan en Chesil Beach, los sesenta fueron tiempos difíciles para aquellos que quisieron vivir su sexualidad sin tapujos. Reservar la virginidad para la noche de bodas y mantener las relaciones dentro de los muros de los tabús sociales eran parte de esa década con la que llegó el cambio. Swingtown es esta otra cara de la moneda, la que llegó en los setenta y que reformuló la visión con la que la sociedad pasó a ver el sexo.

Esta serie narra esta transición que no fue igual para todos: Susan (Molly Parker, espléndida) y Bruce, ya casados y con hijos, descubren gracias a sus vecinos que el sexo en el matrimonio no tiene que ser cosa sólo de dos. De esta manera, la pareja, profundamente entrada en la treintena, se halla en medio de dos mundos: el que encarnan sus antiguos amigos, recatados y conservadores, y los abiertos inquilinos de delante de su nueva casa que les intentan introducir en el mundo de los intercambios de pareja y del sexo en grupo.

La ambientación es, como suele ser en este tipo de producciones, un pilar básico sobre el que se sustenta la función. Todo rezuma a esa década. Las canciones, los vestidos, la decoración e incluso los bailes: la mayoría de elementos con los que juega Swingtown confeccionan una postal (de muy buen gusto, eso sí). Aun así, no todo se queda en el retrato de una época. Las relaciones de pareja no dejan de ser las protagonistas de esta función. Y he dicho relaciones, no solamente sexo.

De haber caído en manos de una cadena de pago al estilo HBO, seguramente nos enfrentaríamos a multitud de escenas de sexo a cuatro bandas, una especie de versión orgiástica de Dime que me quieres (Tell me you love me). Al programarse en una generalista como CBS, en cambio, intenta pasar por alto todo el trámite del sexo explícito (elemento que tampoco estaría de más, para acabar de entender los apareamientos: ¿sólo se tocan las mujeres entre ellas, o los hombres también hacen sus pinitos?). Así se convierte también en un producto fácil de ver y con un prisma más amplio de lo que podría parecer a simple vista: la entrada en la adolescencia del pequeño de la familia o la efervescente sexualidad de la mayor también consiguen despertar el interés.

lunes, 23 de junio de 2008

Olivia Wilde: puro morbo en la consulta del Dr. House

Alex cargaba con las cajas del Bait Shop si hacía falta. Con su actitud chulesca, se sentía en la barra del bar como pez en el agua a la hora de repartir cervezas y quitarse los babosos de encima. Sus tupés imposibles, algún que otro tatuaje y su maquillaje de maniquí la hacían increíblemente seductora. Era una rebelde que había aprendido mucho desde que se emancipó de su casa después de que sus padres no aceptaran su lesbianismo. Aunque no quedó claro si era lesbiana o no. Su físico irresistible dio para múltiples interpretaciones e incluso logró seducir a Marissa Cooper, la muy fácilmente corruptible chica de O.C. Pero Alex dejó de tener jugo cuando esta relación terminó.


Entonces, Olivia Wilde, de 25 años, se metió en otra serie americana, Los hermanos Donnelly. Con este drama gangsteril sobre unos hermanos irlandeses en EEUU le perdí la pista a esta chica. Y era una lástima. Su belleza era casi insolente: apela directamente a los instintos más básicos. Como una versión televisiva de Angelina Jolie, con quien físicamente no se parece, desprende puro morbo. Obliga a mirársela y remirársela una y otra vez. ¿El secreto? Sus preciosos ojos rasgados.

Afortunadamente, esta temporada me pude reencontrar con ella, y es que no sólo echaba de menos el personaje de Alex, sino que echaba de menos alegrarme la vista con su misteriosa belleza. Y apareció en House. Cuando me enteré que era una de las posibles ayudantes del Dr. House no pude hacer más que cruzar los dedos. Volver a verla siempre es un placer. Claro que de Alex a Número Trece hay un gran trecho, y las batas de los hospitales no son igual de modernas que las camisetas de tirantes que llevaba tan tranquilamente por el bar de Newport Beach.

Sin embargo, los guionistas de House sabían muy bien lo que hacían cuando la contrataron para la serie médica. Al principio uno podía dudar que no utilizaran todas las armas de esta chica que le da mil vueltas a Cameron en atractivo: la tiñeron de morena y la dibujaron como una buena chica (más aún al lado de la 'zorra implacable'), algo que nunca ayuda a fomentar el morbo. Pero pronto le añadieron algo que House no ha podido olvidar: su bisexualidad.

Sin ocultar su condición, Trece apunta maneras a la hora de ser el próximo objeto de la líbido de House como en su momento lo fue Cameron. Su sexualidad ambigua, además, le suma un punto que la anterior no tenía. Y también está la enfermedad de Huntington, otro plus que le añade vulnerabilidad y que parece que hará sufrir al espectador ni que sea de forma inconsciente.

Espero que la certeza de un difícil porvenir y su seductoras dotes aún por explotar den mucho juego en House de cara a la quinta temporada, y que sepan darle cancha a esta actriz para que pueda acabar de demostrar sus dotes interpretativas o sino, por lo menos, ese morbo contenido que trae consigo (y que ya de por sí es mucho).

sábado, 21 de junio de 2008

Sexo en Nueva York: Un bonito envoltorio...

Ni los productores de Sexo en Nueva York: la película sospechaban del éxito que tenían entre manos. Que iba a congregar a millones de mujeres sí que lo intuían. Con cada proyecto promocional conseguían crear titulares en medio mundo: que si las primeras imágenes, que si el vestido de novia, el tráiler, el product placement... Igualmente, era imposible predecir que el estreno a la pantalla grande de una serie de una cadena privada (y que se dirigía a un target tan concreto) fuera a arrasar en su primer fin de semana. Desbancó al mismísimo Indiana Jones del primer puesto con 57 millones de dólares. Sin embargo, a la hora de hablar del filme, quizás el resultado no sea tan satisfactorio.

Ya estaba avisado por algunas críticas estadounidenses: esto es como un episodio muy alargado de Sexo en Nueva York. ¿Qué esperaba? Un guión cuidado al detalle, con las metáforas de siempre, gags estratégicamente situados cada pocos minutos y sin nunca sobrar, una mezcla entre comedia y drama con un ritmo ejemplar que durara las dos horas y cuarto de metraje de la película. Pero no.

Los gags los tiene (aunque sin tanta chispa). Los momentos tristes también (pero sin el contrapunte cómico al cabo de nada). Básicamente, da la sensación de que es un episodio de Sexo en Nueva York con demasiadas escenas de relleno. Para entender que Carrie está deprimida hay bastante con que le cierren las cortinas una vez mientras duerme. No tres o cuatro (o las que fueran). Y con el pulso irregular del guionista y director, Michael Patrick King, ya se puede decir adiós a la esencia de la serie (algo que llevábamos años esperando reencontrar y que los packs de DVD habían hecho sobrevivir).

Ellas, por supuesto, siguen fabulosas. Carrie, Samantha, Miranda y Charlotte jamás habían estado tan espléndidas enfundadas en fantásticos vestidos, zapatos y con magníficos complementos. Vivienne Westwood, Louis Vuitton, Prada, Manolo Blahnik, Oscar de la Renta, Chanel... todos consiguen su mención honorífica en este largo anuncio de pago que, personalmente, no critico (donde se incluyen Mercedes, Vogue o, de forma muy poco elegante, iPhone). Y es que Sexo en Nueva York es esto e incluso te lo insinúan en el monólogo final marca de la casa. Claro que el bonito envoltorio no consigue ocultar las demás deficiencias de la película que, por no tener, casi ni tiene sexo.

miércoles, 18 de junio de 2008

¡Qué difícil es ver The Office!

Vergüenza ajena. Esto es lo que da Steve Carell cada vez que abre la boca en The Office. Es para cruzar los dedos. Cuesta verlo. Cuesta escucharlo. Es tan rematadamente estúpido que entran ganas de cambiar de canal, pero no porque la serie no lo valga, sino porque es un personaje que se merece una buena torta. En cambio, The Office, es una serie excelente. Es buena, ni que sea por las ansias que coge uno de pegar al jefe. Esas ganas, esa indignación ante sus comentarios desafortunados, hacen valedora a esta serie de cierta credibilidad.

La premisa es básica: los quehaceres de los trabajadores de una oficina. El problema está en que Michael, el jefe, se cree un tipo muy simpático, bromista y empático. La triste realidad es que es un hombre pesado, forzado y egoista. Y aquí entra en juego un dilema al que a menudo se encuentra el espectador: ¿vale la pena mirar algo con lo que te lo pasas mal?

En The Office las meteduras de pata son de tan grandes dimensiones que uno ni puede reir y los empleados tienen unas vidas tan tristes (y conformistas) que uno no puede mofarse de ellos. La reacción que se acaba adoptando es la de observarlos, indignarse y pensar “qué gracioso” sin llegar a reírse. Por lo menos en mi caso, porque este remake de una comedia de Ricky Gervais (Extras) no es una sitcom al uso. En esta serie reírse sería una falta de respeto y delicadeza. Asimismo, al final de cada episodio la conclusión siempre es desangeladora. O quizás es problema mío, que tengo demasiado a flor de piel eso que se llama vergüenza ajena.

Sin embargo, no me parece justo que se le pongan laureles a Steve Carell por su desagradable papel. Tendría mérito si no hubiera visto nada más de él. Por mala suerte, sí que lo he hecho. Desde luego, después de verlo en la película Como la vida misma compartiendo cartel y romance con Juliette Binoche está claro que no necesita de un guión que lo mortifique para que él se convierta en lo más pesado de la función. En Pequeña Miss Sunshine quizás se salvó porque le tocaba un papel moderado y de deprimido, pero a la mínima que se le da rienda suelta a este actor se convierte en algo peor que un payaso. Afortunadamente, con The Office le ha tocado la gorda.

domingo, 15 de junio de 2008

90210: El regreso a la mano que les dio de comer

Hay series que marcan a una generación. Sensación de Vivir (Beverly Hills: 90210) fue una de estas. Aún recuerdo las cartitas con imágenes e información de la serie que se podían intercambiar en los patios de los colegios. El corazón indomable de Dylan, la guapita de cara Kelly, los hermanos Walsh... todos ellos pasaron a ser iconos de toda una generación en los noventa. A partir del 2000, se fueron directamente al olvido.

Claro que todo el mundo tiene algún apunte más o menos idealizado en el baúl de los recuerdos. ¿Quién iba a borrar de su mente, por ejemplo, a la virgen más conocida (con perdón de María), o sea, Donna? Sin embargo, la memoria es selectiva y, aún en antena, la gente ya empezó a deshacerse de ellos. Pocos son los que recuerdan que Andrea se fue con un latino con quien tuvo un hijo (en lugar de salir eternamente con Brandon), que Brenda desapareció a Francia para no volver en tan sólo cuatro años de programa (de los diez que duró) o que Dylan no participó en casi 100 episodios.

Peor suerte tuvieron los actores que participaron en ella. Como si de una maldición se tratara, uno a uno han tenido problemas a la hora de seguir con sus trayectorias fílmicas que nunca han llegado a fructiferar fuera del marco de la televisión. De esta manera, Tori Spelling (Donna), la hijísima del productor de la serie, hizo de reírse de si misma un profesión (con cameos en Scary Movie incluidos). Luke Perry, en quien recaían las mayores esperanzas de prosperar en el cine, no pasó de ser carne de telefilm y alguna pequeña aparición en el cine (sírvase El quinto elemento de ejemplo). Y parecidos fueron los casos de las demás personas del elenco.

Shannen Doherty pasó de ser Brenda a embrujada, Jason Priestley (Brandon) se perdió en papeles de poca monta, se ha podido reencontrar a Brian Austin Green (David) en Terminator: Las crónicas de Sarah Connor, a Ian Ziering (Steve) en el programa Dancing with the stars, la versión americana del Mira quién baila de La Primera, y a la rubia por excelencia de esa década (aparte de la vigilante de la playa Pamela Anderson) Jennie Garth (Kelly) en el vehículo de lucimiento de Amanda Bhynes, una auténtica estrella de carpetas en Estados Unidos que le robaba la función (Garth tenía nulas dotes para la comedia).

Solamente Hilary Swank (sí, la doble ganadora del Oscar por Boys don't cry y Million Dollar Baby) ha sobrevivido al ciclón del olvido que arrasó con el resto del cast. Esta actriz, que participó en 16 episodios y protagonizó los joviales créditos de la octava temporada, interpretó a una madre soltera de quien Steve se enamoró.

Ahora, ocho años después de que se despidiera Sensación de Vivir, Jennie Garth, Tori Spelling y Jason Priestley volverán al concepto que les dio de comer y que también los condenó a ser, para siempre jamás, Kelly, Donna y Brandon. The CW está rodando un spin-off de la serie que pasará a llamarse 90210 (el código postal por excelencia) y donde los adolescentes serán otros. Spelling y Garth retomarán sus papeles y pasarán a ser las adultas-guía del nuevo rebaño de descarriados (como en su momento lo fueron los padres de la familia Walsh o el camarero Nat) y Priestley ha pedido dirigir algunos episodios.

Este movimiento de la cadena The CW de hacerse con la mayor cantidad del antiguo reparto es obvio que ha sido una potente estrategia promocional. No sólo se contentan con enganchar a una nueva generación (la que ha pasado la pubertad en el nuevo milenio) sino también a aquellos que en su momento se quedaron sin respiración a cada cambio de chica de Dylan (de rubia a morena). Además, para esta revisitación también se ha contratado a un actor protagonista de otro icono de los noventa, Melrose Place. Rob Estes, que se lo ha visto hace poco en la fallida serie de detectives El club contra el crimen, encarnará al padre de dos de los chavales que aparecerán. O sea, que se convertirá en el nuevo patriarca Walsh.

Debe reconocerse que la inclusión de todos estos actores juntos en el nuevo 90210 obligan a esperarlo con una ilusión inusitada para un producto de este calado. Reencontrarse con dos pilares fundacionales de nuestros primerizos revoloteos hormonales es una razón de peso. Por otra parte, también resulta triste que hayan tenido que acabar aceptando estos papeles. Todos ellos acercándose o sobrepasando la cuarentena y regresando al nido, como un cuarentón que se queda al paro y tiene que volver a casa de sus padres. Sólo espero que esta nueva hornada de adolescentes tenga éxito: de no ser así, este regreso será doblemente triste.

viernes, 13 de junio de 2008

El ránking de las season finales

Este ránking no será justo. No estará rivalizando, por ejemplo, el gran final de Mujeres Desesperadas (que por lo menos tuvo su artículo propio), ni los precipitados de las nuevas series que aterrizaron a la parrilla este otoño. Pero la vida sigue y he aquí la clasificación sobre las seasons finales de cinco series que aún no había comentado. Que conste (y esto es muy importante) que no son valoraciones sobre las temporadas. Aquí lo que cuenta es el desenlace, así que quien no quiera spoilers que se abstenga de leer sobre lo que no haya visto.

***** HOUSE: Quién me lo iba a decir que la falta de series me conduciría a tragarme la cuarta temporada de House. ¡Maldita huelga! Y es que no soporto a este médico: sigo pensando que quien hable bien del doctor House es porque tiene serias tendencias masoquistas. Pero la cuestión es que los demás (y estúpidos) personajes son quienes me permiten ver los episodios de este drama donde se trata a los pacientes peor que a ratas de laboratorio y encima se le cuelgan medallitas al insufrible médico. Dejando mis diferencias aparte, el final de temporada ha sido algo bestial: de lo más lacrimógeno que he visto este año. Y no de forma gratuita: los 14 minutos de puro dolor son del todo justificados. De ninguna otra manera se podría haber despedido lo que ha sido el puntito de sal de esta temporada.

En líneas generales, además, tengo que destacar que Chase nunca había estado tan guapo (y que se le debe volver al primer plano junto con Cameron), que Trece tiene un morbo al que acabar de explotar (quien descubriera a Olivia Wilde en O.C. lo entenderá) y que espero que la nueva situación de Wilson no sea un farol. Que todo conlleve serias consecuencias. Así que, aunque sea sólo por esos agónicos 14 minutos, creo que las aventuras del doctor más odioso de la tele se llevan la palma a la mejor season finale.

**** PERDIDOS: Como siempre, el episodio final ha servido para que nos replanteemos otra vez la manera de ver la serie. Y, mientras que en la anterior temporada nos hicieron ver que tendríamos flashforwards que cambiarían la manera de explicar los hechos, la nueva visión de Perdidos aún está por determinar: es difícil presagiar como se nos contará la historia a partir de ahora.

Acción, explosiones, muertes, más interrogantes. Ha tenido de todo, incluso un movimiento de palanca que parecía más propio de un episodio de Xena la princesa guerrera que de esta serie. De acuerdo que es ciencia ficción, pero "vigilemos". Y es que ha sido una temporada espectacular, pero que de tan trepidante e intrigante ha acabado dejando bastante indiferente. Ese terror psicológico y el misterio del primer año no están. Ese viaje a lo peor de cada personaje del segundo tampoco. En cambio, hemos tenido a tantos habitantes en la isla y tantas acciones simultáneas que se han acercado demasiado a la saturación. Suerte que, una vez enganchado a Perdidos, se lo perdonas todo con tal de que te den tu dosis.


*** CINCO HERMANOS: Menos lagrimillas y más risas. Después de averiguar lo que era el punto fuerte de esta serie, se han fomentado unas escenas corales de eficacia comprobada: quién haya visto una cena de los Walker ya sabe que, por mal que acabe, es difícil no soltar una carcajada. Además, es reconfortante ver que la vidilla que ha cobrado no parece resentir la totalidad de Cinco Hermanos. Con esto quiero decir que, por más que sea tan relativista y todo bache se supere a la mínima, no parece dar signos de cansancio a la hora de afrontar una tercera temporada.

No obstante, ha habido un único pero: la season finale ha sabido a poco. De hecho, ni me hubiera enterado de que lo era hasta que me di cuenta de que no emitían episodios nuevos. Otra vez: ¡Maldit
a huelga! Aunque deje la serie con una incógnita notable, la última escena fue demasiado insípida (a pesar de las connotaciones incestuosas). Deberían haber apostado otra vez por algo coral que dejara con buen sabor de boca: los saltos a la piscina del año pasado fueron de lo más refrescantes. Aun así, no enturbia una excelente temporada que supera, con creces, a las demás competidoras del ránking.

** ANATOMÍA DE GREY: Ñoñería de final. Si es que ya lo digo que Shonda Rhimes tuvo un golpe de suerte cuando le salió bien este culebrón romántico. ¿Dónde está ese temple del principio? Por favor, después de una decente cuarta temporada que intentó arreglar el patético descalabro sin sentido de la season finale de la tercera, lo estropeó todo en el último episodio.

La pesada Rebecca, el otro pesado de George, el pesadísimo jefe de cirugía... ¡qué pesadilla! Ni la doctora Bailey parecía tener uso de razón en otro final fallido que lo único que nos ha aportado es saber que las escenas de ascensor entre Meredith y Derek acabarán de una vez por todas. Claro que, lo de las velitas, sobraba.

*GOSSIP GIRL: Tú dale a los guionistas de esta serie un repóker de ases, que igualmente perderán la partida. Casi que provoca impotencia ver como malgastan todas esas cartas que, en manos de otros, darían muchísima guerra. Sólo viendo los vestidos de la boda de la madre de Serena ya se intuye que nada bueno podía salir de este episodio: los modelitos son peores que los elegidos por Carrie Bradshaw en un día de resaca.

Poco más puedo decir. En cierto modo, era de esperar que hicieran un final tan descafeinado y de manual (los últimos cinco minutos que dan la vuelta a la tortilla en todas sus variables es un recurso demasiado fácil). Es lo que han hecho durante toda la serie. ¿Que aparece una villana más lagarta que Diana de V? Pues la despachan con una reunión con los padres. Si es que en realidad es culpa mía: esto está hecho para niñatos impresionables y no para adultos melancólicos de series de adolescentes.

jueves, 12 de junio de 2008

Una industria judía (La religión y las series Vol. 5)

Este texto es la continuación de "Big Love, la cienciología y las sectas (La religión y las series Vol. 4)"

Charlotte (Kristin Davis), una de las cuatro fabulosas de Sexo en Nueva York, se convirtió al judaísmo. Todo era cuestión de casarse con el hombre de su vida (que no era tanto como había imaginado en sueños). Pero había un inconveniente: él era judío.

No es que el judaísmo le fuera de nuevo a esta cristiana protestante de Manhattan, que en la primera temporada ya había mantenido relaciones sexuales con un artista judío ortodoxo, sino que le sorprendió la determinación de su nueva adquisición, que le confesó que sólo podía casarse con una mujer que compartiera sus creencias, por tradición.

Ella, fervorosa amante del concepto del matrimonio, en lugar de buscar a otra persona eligió cambiar, proceso que no le fue fácil. Primero de todo, tuvo que convencer al rabino, que le cerró la puerta tres veces para comprobar su insistencia y que su voluntad fuera firme. Luego se vio obligada a olvidar la navidad (lo que le pareció el mayor suplicio), aprendió las nanas judías y a celebrar el Shabat honrando la festividad con el encendido de las velas. Además, los espectadores de la comedia de HBO también presenciaron el desarrollo de la boda de Charlotte, igualmente tradicional en su nueva fe, a quien permitieron casarse bajo el rito judío, con el pisotón del novio del vaso incluido.

La comunidad que profesa la religión judía en los Estados Unidos se cifra en 2,83 millones de personas (1,4% de la población), sin tener en cuenta aquellos que se contabilizan judíos pero confiesan tener otra o ninguna fe. En cambio, al observar la programación televisiva, es fácil descubrir un alto porcentaje de feligreses que creen en esta religión. Jerry Seinfield, el que fue el comediante mejor pagado de la historia de EUA, era judío, tanto en la realidad como en la ficción. La doctora Yang de Anatomía de Grey, el comerciante de Deadwood, Krusty el payaso de Los Simpson o el agente Mulder de Expediente X son otros ejemplos de la presencia judía en las series que tiende a ser más circunstancial, con personajes pasajeros aunque visibles como uno de los últimos retos médicos del doctor House. De la rama ortodoxa, hicieron comprender por lo menos a uno de los ayudantes del médico cuanto de importante y comprensible puede llegar a ser la tradición.

Claro que a la hora de profanar la liturgia judía estuvo la familia Cohen de O.C. Esta familia, formada por una protestante y un seguidor del antiguo testamento, dio una vuelta de más a la mezcla religiosa americana e ideó una celebración híbrida: la Navidukka. Esta fiesta, pensada por el pequeño de la familia, unía lo mejor de la navidad y de la hannukah, y mezclaba la menorá, el candelabro, con el árbol, los renos y otros símbolos derivados de la religión cristiana. Y no se quedó en un episodio.


En los cuatro años que duró el culebrón adolescente, cuatro veces se celebró la Navidukka, que fue el equivalente tradicional al Día de Acción de Gracias de Friends, por ejemplo. De hecho, esta mezcla festiva incluso llegó a titular un álbum recopilatorio que contenía canciones de navidad compuestas por grupos que ya habían cantado para la serie. Y no fue esta el único vestigio judío que se pudo contemplar en la serie, ya que también se pudo ver a la nuera aprendiéndose plegarias o al hijo adoptivo haciendo el bar mitzvah y pasando a la vida adulta con algo de retraso.

Este trato preferente en algunas producciones o la consideración y respeto con el que se trata el judaísmo está estrechamente relacionado con el peso empresarial de esta comunidad. Cadenas como la CBS, NBC, o HBO tienen una significativa presencia del lobby judío entre los altos cargos.

Comunidades como la hindú, la budista o la musulmana no han tenido la misma suerte a lo largo de estos años y se los ha podido ver en contadas ocasiones pese a tener un peso demográfico no muy inferior. De estas confesiones sólo cabe destacar a Apu, el jefe del badulaque de los Simpson (donde en un episodio se puede ver a Vishnu maniobrando desde el centro de la Tierra), o el personaje de Raja de Aliens in America, una arriesgada propuesta que ya ha sido cancelada y que narraba en clave de humor la acogida en un hogar americano de un joven musulmán pakistaní.

martes, 10 de junio de 2008

Adiós a ese engendro llamado Moonlight

La huelga no ha ayudado a las series este año. Es más: la pérdida generalizada de espectadores en el primetime acabó con las esperanzas de aquellas que agonizaban a la espera de conseguir una renovación. Moonlight ha sido una de estas que no volverán a la parrilla, pese a que en su momento se anunció que podría cambiar de canal y pasar de CBS a The CW. Y, me avergüenza decirlo, pero la echaré de menos.

A primeras la dejé de lado, pero quizás fue porque era virgen en el terreno vampiril (en televisión, ya que he leído a Bram Stoker), acabé gozando con esta propuesta. De hecho, fue la sed de series derivada de la huelga lo que me impulsó a verla. El motivo por el que me enganché es obvio: el escabroso vínculo que une a los protagonistas y su eterna química no resuelta. Al fin y al cabo, soy un chico fácil.

Con el tiempo, no obstante, me llamaron la atención dos cosas. La primera de ellas es que, siendo muy inofensiva y previsible, llegó a alcanzar una fealdad difícil de encontrar en televisión. Desde la realización, al montaje, al color, todo ayuda a crear una estética que casi resulta incómoda de ver. Esto, unido con la violencia de algunos episodios, hicieron de este producto algo horrible.

Algún ejemplo: un psicópata a lo Charles Manson que da más yuyu que muchos tarados de película o el asesinato de uno de los protagonistas en lo que es una de las muertes con más mala leche que haya visto. Perlas así, esparcidas en medio de esta serie sin pretensiones (y que creía que era para todos los públicos), me lograron inquietar y me motivaron a ver más y más de este engendro televisivo.

La otra curiosidad que me chocó fue el nulo retrato que hace de la ciudad que la acoge, Los Angeles. Los CSI retratan Las Vegas, Miami y Nueva York. En El club contra el crimen se entrevé algo de San Francisco (ni que sea por el puente de los títulos de crédito). Hasta The Closer deja intuir parte del espíritu de Los Angeles. Con Moonlight, en cambio, es imposible hacerse la más remota idea de como es la ciudad, ya sea el aspecto físico o la clase de gente que la habita. De esta manera, se crea un vacío geográfico que obliga a cargar aún con más peso a los protagonistas, ya de por sí pocos y bastante faltados de carisma.

Con todos estos contras debe costar entender por qué he visto Moonlight. Quizás por la misma razón por la que antes la gente acudía a los circos para ver a una mujer barbuda o los niños señalan con el dedo a algunas personas por la calle. A veces, la fealdad atrae.

sábado, 7 de junio de 2008

Big Love, la cienciología y las sectas (La religión y las series Vol. 4)

Este texto es la continuación de "La fe y los genes (La religión y las series Vol. 3)"

A finales de los años noventa, el panorama televisivo cambió gracias al empeño de la cadena por cable HBO que decidió apostar por productos fuera de lo común. Una serie sobre la muerte, A dos metros bajo tierra, la vida de la mafiosa familia Soprano o las andaduras sexuales de cuatro solteras de más de treinta sin pelos en la lengua, Sexo en Nueva York, fueron las primeras propuestas que dieron un paso al frente en la ficción de EUA, que desde entonces no tuvo límites, sobretodo en el sector privado. Y justamente fue esta misma cadena la que decidió en 2006 llevar a cabo otra obra de alto contenido controvertido y también religioso: Big Love.

La protagonista familia Henrickson, aún en antena, no es un hogar típico. ¿Su fe? El mormonismo. Sin embargo, como todas las religiones en ese país, también esta confesión tiene sus ramificaciones, y los Henrickson se engloban dentro del pequeño reducto de practicantes que siguen creyendo en Joseph Smith Junior, el fundador de la Iglesia Fundamentalista de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. ¿Y qué es lo que les diferencia del resto de mormones americanos, la mayoría de ellos emplazados en Utah? La poligamia. Y es que el padre de la familia, interpretado por Bill Paxton, está casado, a los ojos de Dios, con tres mujeres, con las que tiene siete hijos. Forman, así, parte de esta corriente fundamentalista que justo el mes de abril pasado protagonizó todo tipo de titulares después de que el Gobierno americano se hiciera cargo de 400 menores de edad por precaución: según señalaron las autoridades, las obligaban a casarse con hombres mucho mayores de la misma secta con los que tenían que consumar el matrimonio pese a sus reticencias. Pero la juez, al comprobar que no se podía demostrar que las menores custodiadas pudieran sufrir algún tipo de abuso, fueron devueltas a sus familias, los feligreses que se escindieron en 1890 después de que el mormonismo aceptara la prohibición de la poligamia.

Otra serie que también ha pregonado entre sus protagonistas una religión polémica ha sido Nip/Tuck. Escabroso al límite, este drama sobre unos cirujanos plásticos en medio de un mundo de superficialidad no podían elegir una fe mayoritaria sino que escogieron lo que para muchos países europeos se trata de una secta: la cienciología. Como no podía ser de otra forma, el trato que recibió no fue alentador: se mostró la capacidad de lavar el cerebro de esta presunta religión que recibe tantas descalificaciones por ser considerada una empresa comercial con ánimo y lucro y no una creencia. Claro que Nip/Tuck no fue pionera en el trato a la cienciología. Ya en 2005, un año antes, Tom Cruise, una de las caras más visibles de esta fe, fue víctima de la incorrección política de la serie de dibujos animados para adultos South Park. En ella, Stan, uno de los protagonistas, fue considerado por Cruise como la reencarnación del fundador L. Ron Hubbard y, al decirle que su actuación tampoco era como la de Gene Hackman o Leonardo DiCaprio, el actor de Hollywood se encerró en un armario. Al final del episodio, incluso Nicole Kidman tuvo que aparecer para pedirle a su exmarido que saliera del armario.


Los problemas no se hicieron esperar después de esta broma acerca de Cruise y la cienciología. Isaac Hayes, el cantante que ponía la voz al Chef del colegio de South Park, pidió que le rescindieran el contrato con Comedy Central. El doblador, que profesa la cienciología y además es activista, se quejó del trato que recibió esa religión y recomendó a los creadores de la serie, Matt Stone y Trey Parker, que impartieran unas clases sobre la cienciología. Curiosamente, antes del suceso, Hayes nunca había tenido ningún problema con la incorrección política de South Park, donde judíos, cristianos, musulmanes, canadienses, homosexuales o Barbra Streissand son blancos habituales. No entendió que en South Park absolutamente todo está en el punto de mira para hacerse algunas carcajadas de mal gusto.

La explicación de la cienciología y Tom Cruise en el armario.

Mujeres Desesperadas: El club de las cinco

Edie luchó a pulso. Año tras año ha estado batiéndose con quien hiciera falta para conseguir salir en las portadas de los packs de DVD y ser considerada una desesperada (y no la segundona del vecindario). Tanta lucha, no obstante, no le ha servido de nada, puesto que de ninguna parte apareció Katherine Mayfair (Dana Delany) y esta sí que parece haberse asentado a la tradición de las partidas de póker.

Los finales de temporada son un gran indicativo de esta prolífica mujer que, desafortunadamente, desaparece a conveniencia de los guionistas. Ya en el de la segunda no estuvo presente en el desenlace y lo mismo ha pasado con el de la cuarta temporada. Claro que Katherine tenía las de ganar: el misterio que se escondía este año entre las verjas del vecindario de Wisteria Lane estaba en sus manos. Las dudas, igualmente, fue inevitable que saltaran a la palestra. ¿Quién podía querer una desesperada que fuera calcada a Bree? Maniática, cocinera, perfeccionista... ¿Era necesaria?

A primeras, no. A pesar del misterio, no ha dejó de ser la versión menos clásica de Bree. Quizás menos conservadora, aunque tampoco tiene un perfil como para que la imaginemos en los mítines de Barack Obama. Pero, inesperadamente, acaba sorprendiendo como un buen accesorio para desarrollar el personaje de Marcia Cross, que empezaba a estar estancada después de dejar de ser la dama de hielo de antaño, y forjarse una identidad propia de la que se consigue discernir pura humanidad.

Después de superar la prueba, de la cuarta temporada de Mujeres Desesperadas, sólo puedo decir que siguen merecedoras de estar en el podio de las series. La season finale, correctísima, asimismo ofreció nuevos momentos antológicos que ejemplifican el buen estado de la serie. Momentos en el que ya no son sólo cuatro las protagonistas, sino cinco, ya que en las escenas corales es cuando mejor se puede notar una amistad que no tiene nada que envidiar a Sexo en Nueva York.

Hay quien sostiene que ninguna ficción debe durar eternamente, pero en su caso es imposible no desear que sigan en la pantalla mientras Eva Longoria, Teri Hatcher, Felicity Huffman y Marcia Cross sigan vivas. Su guión está tan cuidado que es inevitable querer que se queden. Por suerte, el final de la temporada augura un longevo y muy renovado futuro que dará muchísimo que hablar.

jueves, 5 de junio de 2008

La fe y los genes (La religión y las series Vol. 3)


En Mujeres Desesperadas, el serial que relata la vida de unas cómicas amas de casa, la religión tiene siempre la misma baza: ser una fuente de gags. De esta manera, la hija de Bree debe ser la presidenta del club de la abstinencia sexual de su escuela y el monje de su iglesia es el encargado de convertir a la heterosexualidad al retorcido de su hijo. No obstante, a diferencia de otros culebrones, en este hay paridad cristiana entre las protagonistas: dos de ellas son protestantes mientras las otras dos son católicas. Es más, una de las católicas, Lynette, se convierte delante del espectador, en su búsqueda de creer en algo, y lo hace porque “la iglesia católica es la única a la que puedo ir sin que la gente me mire mal por tener tantos hijos”, dice con ironía refiriéndose a sus cinco niños. La otra, en cambio, es Gabrielle y sus raíces papales provienen más de sus genes latinos, pese a que se acabara casando por ritos protestantes en su segundo y tercer matrimonio. Y no es el único personaje de serie del que se puede deducir la fe gracias a sus antepasados.

Los ascendentes italianos de Carmela Soprano, la matriarca del clan mafioso de la cadena HBO, también marcaron a esta mujer. De hecho, su relación de amistad con el cura del Vaticano casi derivó en una versión contemporánea de El pájaro espino, aunque todo quedara en agua de borrajas. Aun así, su fidelidad a la cúpula eclesiástica resultó representativa de los 15,1 millones de ítaloamericanos que pueblan USA, herederos de la fe de su antiguo país. Al igual que George O’Malley, el residente de Anatomía de Grey, la revisitación romántica de los hospitales, cuyo apellido irlandés también lo delató como uno de los 11 millones de descendientes de católico-irlandeses que habitan Estados Unidos (frente a los estimados 5 millones de protestantes). Pero a diferencia del catolicismo observable en la ficción española, que pasa de puntillas por las obligaciones, la madre de George llega a recordarle a su hijo, cuando se entera de que lo ha dejado con su esposa, “que somos católicos y divorciarse es pecado”, una visión que resulta descabellada a este lado del Atlántico, por lo menos en boca de quien representa al ciudadano medio y no simula ser el extremo radical del hilo, algo por lo que otras series sí que apuestan.

Este no es el caso de Sexo en Nueva York, donde Miranda tuvo que bautizar a su hijo a petición del padre, descendiente de irlandeses del barrio de Queens, cuya familia no quería que el pequeño se fuese al limbo si fallecía. Aunque Miranda, abogada y muy práctica, no lo hizo bajo cualquier circunstancia: ella puso las reglas en el sagrado acto de entrada en el catolicismo. Escogió las partes que no quería que se mencionaran en el bautizo (ni nada de Satán, ni del demonio, ni del infierno, ni del pecado original) y se aprovechó de la situación de la fe papal. Según las palabras de Miranda, “la Iglesia católica es como una mujer soltera de 36 años: dispuesta a aceptar cualquier cosa”.

lunes, 2 de junio de 2008

El protestantismo: una casa plural (La religión y las series Vol. 2)


La diversidad en el sí del protestantismo ha permitido crear muchas atmósferas religiosas distintas pese a tratarse, a trazos gruesos, de la misma corriente cristiana. Bree Van de Kamp, la maniática, pelirroja y estupenda “desesperada”, es asidua a un rígido templo episcopaliano donde el silencio es sepulcral, como la familia Fisher de la terminada A dos metros bajo tierra acude a una conservadora iglesia del mismo corriente anglicano. No obstante, el pequeño de la familia, interpretado por Michael C. Hall (ahora más conocido como Dexter, la antítesis de la fe), frecuentaba una iglesia gay en la que los párrocos era un matrimonio de lesbianas. Los Simpson, en cambio, acuden a una variopinta congregación formada por la nata y la caspa de Springfield, donde la mitad de los feligreses se duermen a mitad de la misa. Pero por muestrario de iglesias está el culebrón futbolístico aclamado por la crítica norteamericana, Friday Night Lights, que aquí también ha conseguido un poco de eco mediático gracias a Sergi Pàmies, que recientemente la calificó de “joya”.

Este drama, ambientado en Dillon, una población rural de Texas, pone de manifiesto el estilo de vida del interior del país, donde la vida social se mezcla con la religiosa más allá de las plegarias en las iglesias. Todos ellos protestantes (por lo menos hasta donde han dejado denotar), los protagonistas viven en un constante rezo a Dios. Antes de los partidos, el equipo liderado por Kyle Chandler se dirige a Dios para pedirle fuerzas y buen juego aunque muchos de ellos no comulguen en la misma iglesia. Al contrario: el protagonista de raza negra Smash va a una iglesia con gente de su misma raza, donde los cantos están al orden del día y el sentimiento de comunidad es más fuerte. El entrenador y parte de los jugadores, optan por iglesia metodista unitaria, cuyas características particulares incluyen el rechazo a la homosexualidad, la permisividad del aborto si peligra la madre o la prohibición del alcohol desde que su fundador, John Wesley, aconsejó no probarlo. Desde entonces, en las misas se sustituyó el vino por zumo de uva, consiguiendo así incluir a los exalcohólicos y los niños a la hora de comulgar. George W. Bush es uno de los feligreses más célebres de esta confesión.

Sin embargo, estos ideales no se pueden contemplar en la serie cuyos valores de los protagonistas distan mucho de los ideales de la iglesia metodista: beben cerveza, practican el sexo antes del matrimonio e intentan no abordar temas tan peliagudos en la moral americana como son el aborto y la homosexualidad. Menos en el caso de Lyla, la jefa de las animadoras, que renace de sus pecados gracias a una parroquia evangelista que le vuelve a proporcionar fe después de un desengaño.

Programas de radio cristianos y reparto de propaganda para conseguir adeptos devienen parte de la vida de esta chica cuyo universo pasa a girar alrededor de su iglesia, cual cristiana fundamentalista. Pero el enfoque de Friday Night Lights dista de ser doctrinal, idealista o crítico: pretende enseñar una realidad americana cercana al costumbrismo y lejos del enfoque hollywoodiano, al revés de la visión pamfletaria y básica que recibe en otras ficciones. Este enfoque, además, es poco propio de los productos de ficción.

Estos guiños a ramas explícitas del protestantismo no es, para nada, común en el resto de series. Por norma general, se opta por ocultar la vertiente concreta para facilitar la identificación de los espectadores. En Siete en el paraíso incluso se llevó esta idea hasta el extremo: consiguieron mantener en antena durante once años una serie con una familia protestante como protagonistas, en la que el padre de familia era pastor. Y consiguieron sobrevivir esos once años sin declarar exactamente a qué congregación permanecían hasta el último capítulo, donde mostraron el logo de los Discípulos de Cristo, un cáliz con la cruz de San Andrés. Esta confesión, formada por poco menos de un millón de personas y que proviene del corriente presbiteriano, hace hincapié en la libertad de Jesucristo y también en la libertad del individuo para reflexionar sobre las escrituras. Así, a menudo los feligreses profesan opiniones contrarias en las mismas cuestiones, debido a las distintas interpretaciones de las escrituras.